Por: Juan Sebastián Cañavera

La reciente granizada en Bogotá y sus efectos en la ciudad nos recuerda que nuestras vidas y el funcionamiento de la ciudad siempre están a merced de las condiciones meteorológicas. Afortunadamente, los efectos de esta granizada no fueron mayores, pero eventos más extremos en el pasado, como las inundaciones que sufrió Bogotá entre 2010 y 2011 por la ocurrencia del Fenómeno de la Niña, nos recuerdan que la ciudad debe estar preparada para enfrentar las diferentes condiciones climatológicas que se esperan en el futuro próximo y lejano.

Gracias al activismo climático que presenciamos en 2019 causado por una lectura quizás un poco alarmista de un reporte especial del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas publicado en 2018, el cambio climático ha vuelto a tomar un papel importante en la política global. Este reporte titulado “Calentamiento Global de 1.5℃”, tiene dos mensajes principales. El primero, es que existe la necesidad de implementar medidas efectivas en todos los países para disminuir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero de aquí al 2030 si queremos evitar un cambio climático con altas probabilidades de ser catastrófico. Y el segundo mensaje, quizás el más importante, es que en términos de cambio climático ya no podemos seguir pensando si lo podemos parar o no, sino que ahora la pregunta que nos debemos hacer es qué tipo de cambio climático queremos experimentar en los próximos años. En otras palabras, ya existe un consenso por parte de la comunidad científica de que el cambio climático es inevitable y que debemos es preocuparnos en encontrar maneras de vivir bajos sus efectos y evitar que su magnitud sea catastrófica.

Este último mensaje muestra que la adaptación al cambio climático cada vez se vuelve una mayor protagonista de la acción climática. En la acción climática existen dos tipos principales de acciones: la mitigación y la adaptación. Las acciones de mitigación son todas aquellas acciones relacionadas con el proceso activo de combatir el cambio climático al tratar de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas a las actividades humanas (por ejemplo, incrementar el uso de energías limpias). Por su parte, las acciones de adaptación son todas aquellas acciones relacionadas con el proceso de lidiar con los riesgos asociados con el cambio climático (por ejemplo, plantar más árboles en las ciudades para lidiar con el aumento en las temperaturas). Hasta el momento, la mayoría de los esfuerzos e inversión en temas de acción climática se han centrado en la mitigación, pero como lo muestra el informe especial del IPCC más atención se le debería prestar a la adaptación.

En un mundo que es cada vez más urbano las ciudades van a tener un papel protagónico en los esfuerzos en contra del cambio climático en el siglo XXI. Las ciudades son grandes consumidoras de recursos y grandes emisoras de gases efecto invernadero. Además, las ciudades son altamente vulnerables al cambio climático debido a una serie de factores que incluyen su gran dependencia a infraestructuras interconectadas, la presencia de poblaciones vulnerables y la concentración de bienes culturales y económicos. Por esto, cualquier acción de mitigación o adaptación que se desarrolle en las ciudades tiene el potencial de tener un gran impacto.

Bogotá debe sumarse a los esfuerzos globales de otras grandes metrópolis para enfrentar el cambio climático. Según la más reciente comunicación nacional del IDEAM sobre cambio climático publicada en 2017, Bogotá es una de las ciudades más vulnerables al cambio climático en Colombia. Debido a su localización geográfica y su población, los efectos del cambio climático van a producir altos riesgos al suministro de alimentos, al suministro de agua y a la infraestructura de la ciudad. La ciudad ha producido varias políticas de cambio climático siguiendo el ejemplo y los requerimientos de la nación. Los primeros esfuerzos se realizaron durante la alcaldía de Gustavo Petro cuando se modificó el sistema de gestión del riesgo de la ciudad y se creó el Instituto Distrital para la Gestión del Riesgo y el Cambio Climático (IDIGER). Desafortunadamente, debido a las diferencias políticas entre la administración de Enrique Peñalosa y la de Gustavo Petro y por la poca atención que se les dieron a los temas ambientales durante la administración de Peñalosa, la ciudad no avanzó efectivamente en temas de adaptación al cambio climático en los últimos años. La creación del nuevo Plan de Ordenamiento Territorial (POT) pudo ser una oportunidad para consolidar la estrategia de la ciudad para enfrentar al cambio climático, pero con el rechazo del proyecto en el Concejo Distrital, la ciudad se encuentra de nuevo a la espera de saber cómo se incluirán acciones de mitigación y adaptación en la construcción de la ciudad en el próximo POT. Adicionalmente, aún no es clara la posición de la actual administración de Claudia López en estos temas.

Para concluir, como he mostrado en esta columna, la adaptación cobra cada día más importancia en nuestra lucha contra el cambio climático. Las ciudades van a ser protagonistas en la lucha contra el cambio climático en el siglo XXI y Bogotá debe pensar cómo sumarse a los esfuerzos que ya otras metrópolis en el mundo han iniciado. Nos debemos hacer varias preguntas como quién y qué se debe adaptar, cómo se deben adaptar, con qué recursos, qué barreras existen para la adaptación, qué incentivos se necesitan o qué oportunidades existen. Todos estos son aspectos de lo que se denomina planificación de la adaptación al cambio climático. En una próxima columna pienso explicar cuáles son los principios la planificación a la adaptación y cómo Bogotá podría usarlos para prepararse para enfrentar el cambio climático.

*Columnista invitado de la Dirección de Infraestructura.

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