Por: David Luna
dluna@mit.edu

Bogotá es una ciudad preciosa con un potencial increíble. Siempre hay un plan para hacer, tiene las mejores universidades del país, ofrece eventos culturales de talla internacional, oportunidades de negocios y trabajo. Pero no se puede tapar el sol con un dedo, también es una ciudad difícil: los trancones son interminables, la inseguridad persiste, el transporte público se quedó corto. Bogotá no brinda la calidad de vida suficiente que demandan sus habitantes, y por eso la gente está migrando a otros lugares.

Según la encuesta Bogotá Cómo Vamos 2018, casi la mitad de los bogotanos (46%) han pensado en irse a vivir a un municipio cercano, principalmente por cuenta del incremento en el costo de vida (33%), la inseguridad (30%), y las dificultades históricas en movilidad (13%).

Pero la gente no solo está pensado en irse, ya empezó a irse. La migración fuera de la ciudad ha disparado el desarrollo urbano de los municipios vecinos y consolidado las “ciudades dormitorio”, es decir ciudades donde la gente vive y duerme, pero trabaja en Bogotá. Según un estudio de Idom Colombia, la población de 20 municipios de la Sabana casi se triplicó en las últimas dos décadas, pasando de 722.000 a casi 2 millones de personas, mientras que la capital pasó de tener 5,6 a 8 millones de habitantes aproximadamente.

Indiscutiblemente, el crecimiento urbanístico es algo positivo. El problema surge cuando éste no sucede de manera organizada, poniendo en riesgo la sostenibilidad de la región y la calidad de vida de sus habitantes. Mientras que Bogotá crece de manera relativamente compacta, los municipios vecinos se están desarrollando como un archipiélago de islas desconectadas.

El impacto financiero de esta dinámica es fuerte para Bogotá, ya que la gente compra vivienda y paga sus impuestos en otra ciudad, utiliza los servicios que ofrece la capital, pero no le retribuye lo suficiente. Para las “ciudades dormitorio” también hay realidades preocupantes, especialmente en materia de servicios públicos y transporte: por ejemplo, según el informe de calidad de vida Sabana Centro Cómo Vamos 2017, ninguno de los 11 municipios de la provincia ha logrado la cobertura universal en su red de alcantarillado; por otra parte, El 45% de los habitantes de la provincia que se desplazan hacia Bogotá tarda más de una hora y media en llegar a su destino, y el 28% entre una hora y noventa minutos.

Es urgente que se trabaje en un modelo de gobernanza regional, creando una autoridad metropolitana de planeación, fundamentada en dos principios: enfoque regional y colaboración. Los próximos alcaldes de Bogotá y de los municipios de la Sabana tienen la importante misión de mejorar la conectividad y la movilidad intrarregional, impedir la degradación del entorno ecológico, eliminar la segregación socio-espacial, y evitar una posible saturación en la provisión de servicios públicos, entre otros retos. Será difícil poner a todos de acuerdo, sí. Pero tenemos que exigirles a los candidatos que se comprometan a poner los intereses de los ciudadanos por encima de sus vanidades políticas.

Bogotá no puede ser incapaz de garantizar calidad de vida para su gente, tiene todo el potencial para hacerlo. Debemos pensar en grande y fijar una meta de largo plazo, con visión regional, para que Bogotá vuelva a ser la ciudad vivible y amable que era.

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