Carlos Orlaz*

A diferencia del anterior gobierno donde eran jóvenes pero con ideas muy cercanas al pensamiento conservador (sobre todo en el tema de orden público), este gabinete promete mayor cercanía con los territorios y una lectura renovada de los mismos. 

Y es que ser joven no es garantía per se de renovación. Sin embargo varios secretarios y secretarias de esta administración entrante muestran en su hoja de vida una experiencia académica y social que dejan ver cierto aire de cambio, y es la mirada hacia la juventud. Medellín ha padecido cerca de tres gobiernos locales a los que les ha quedado grande el tema de la prevención de la violencia juvenil en las comunas. Y ni si quiera en la administración que inaugura lo “alternativo”, la de Fajardo, se logró integrar a los jóvenes de las márgenes en el proyecto de ciudad.

Con este gobierno se abre la ventana de oportunidad para gestionar proyectos que le arrebaten jóvenes a la muerte criminal en los barrios, no solamente con la cacareada oferta de oportunidades educativas sino con la dignificación de su vida en los territorios, con la posibilidad de brindarles un ingreso social por sus labores comunitarias y con su articulación en términos de innovación social con el proyecto de ciudad futuro.

Según se plantea en el programa de gobierno Medellín Futuro 2020-2023,  “cerca de 60 mil jóvenes están en riesgo de ser víctimas de reclutamiento por parte de los grupos armados delincuenciales”. La solución pasa también por innovar en lo social. “Hoy al menos 50 mil jóvenes entre los 14 y 28 años sufren los efectos de la desnutrición crónica en su infancia. Con este dato no sorprende que 60 mil jóvenes están hoy en riesgo de ser víctimas de desescolarización, violencia sexual y consumo de drogas” (p. 131).

 Frente a la realidad de este diagnóstico queda la posibilidad de gestionar ante la administración propuestas concretas de trabajo con los jóvenes en sus territorios, incentivando el arraigo y el amor por sus barrios en tanto ellos mismos son sujetos del cambio.

En otro aspecto, con Quintero se proyecta una ciudad articulada al megaproyecto de ciudad-región o metropolis, y en clave de aprovechar las ventajas de ser sede de la cuarta revolución industrial. Es decir que se va a profundizar la apuesta por la innovación en todos los campos, priorizando la implementación del POT y la modernización de las herramientas de planificación urbana. 

Para esto, también, es necesario articular a los jóvenes y a los habitantes de los bordes de las laderas con sus propuestas de cinturon verde pero de comida y de agroecología urbana. Basta acercarse al barrio Bello Oriente, Comuna 3, entre Manrique parte alta y Santa Elena, donde campesinos asentados hace más de 20 años tienen una apuesta de soberanía alimentaria exportable a los demás barrios de ladera.

Finalmente, llama la atención el vacío en el programa de gobierno respecto al tema de la paz urbana y el posacuerdo en la ciudad. Según datos de Cosejo Nacional de Reincorporación, la ciudad cuenta con cerca de 342 reincorporados de las FARC-EP, muchos de ellos a la deriva y sin un proyecto de ciudad que los integre en condiciones dignas a la vida civil. 

Ante los problemas de seguridad en los ETCR de Antioquia muchos de los excombatientes siguen migrando a la ciudad y las oportunidades son escasas y marginales, pues no hay un plan que articule los esfuerzos institucionales entre la Unidad de Paz de la U. de A., Farc, gobernación y la administración municipal. Ahí también se abre un escenario de inclusión y de innovación social para la construcción de paz. Tal vez sea necesaria la creación de una zona especial de reincorporación urbana en la ciudad.

*Columnista invitado al Tanque de Pensamiento Al Centro.

Politólogo de la Universidad de Antioquia y periodista de la Alianza de Medios Alternativos (AMA). Coautor del libro «Parar la guerra, parir la paz: crónicas de mujeres sobrevivientes al conflicto armado», Ediciones Desde Abajo, 2014.

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