Por: Sebastián Zapata Calleja*
@sebastianzc

Lo que nació a finales del siglo XX como una solución a la disminución del uso del marfil y, por ende, como una medida para la preservación de algunos animales, más concretamente los elefantes, ha encaminado a la humanidad a uno de los flagelos contemporáneos más delicados que ha tenido como especie: la Edad del Plástico.

La Edad del Plástico, como de su nombre se puede inferir, se caracteriza por el uso excesivo por parte de los ciudadanos del planeta de tal material. Uso excesivo que, combinado con la poca contundencia en las medidas tomadas por los gobiernos, entes trasnacionales y multilaterales, ha llevado a que el plástico se convierta en un tema de primer orden en la opinión pública global.

Solo por mencionar algunas cifras, según estudios la problemática es tan preocupante que el 100% de los peces que se consumen en el continente europeo contienen residuos de micro plástico; en el océano hay más de 150 millones toneladas de desechos plásticos; para el 2050 van a existir más plásticos que peces en los océanos; cada persona en el planeta produce en promedio 40 kilos de residuos de plástico al año; y, en la actualidad hay más de 30000 tipos de plásticos de los cuales muchos de ellos no tienen posibilidad de reutilizarse.

Cabe resaltar que un punto de quiebre a la hora de abordar el asunto del plástico, es que existe una tipología del mismo mucho más dañina que el resto, son los plásticos de un solo uso. Estos son más problemáticos porque como su nombre lo indica, son los plásticos que se utilizan una sola ocasión, lo que aumenta per se el detrimento ambiental.

Tal vez es por esto que las mayorías de acciones gubernamentales como ciudadanas van orientadas a la contingencia del plástico de un solo uso. En Colombia, se han puesto en marcha algunas acciones, como es el impuesto de 40 pesos a las bolsas plásticas y el Proyecto de Ley 175 de 2018 que busca prohibir la fabricación, importación, venta y distribución de plásticos de un solo uso. Parecieran estas medidas ser un punto de partida incipiente, pero a la vez positivo para el país que más plástico arroja al mar caribe.

Sin embargo, las gestiones a nivel local, regional y mundial contra el consumo del plástico de un solo uso, y en general del plástico, son limitadas en proporción a la magnitud que representan los daños ambientales que trae consigo este compuesto para la humanidad. Dicha ausencia de acciones se justifica, según algunas interpretaciones, por el falso dilema que se propone entre la economía circular versus la implementación de medidas prohibicionistas.

En este punto, la solución pareciera ser de voluntad política. Basta poner en marcha, por un lado, modelos de economía circular en los escenarios que se prestan para ello– hay plásticos que como se sabe no se pueden reutilizar, mientras otro grupo si–. Por otro lado, deben tomarse medidas drásticas en materia de prohibición, que estén acompañadas de acciones de innovación y alternativas productivas para aquellos sectores y personas que se vean afectados por las prohibiciones.

Para cerrar, por qué no materializar por fin la implementación de un verdadero acuerdo trasnacional -en el que Colombia tome un papel protagónico- que tienda a realizar políticas concretas para revertir las consecuencias negativas que trae consigo la Edad del Plástico. Es hora de que los gobiernos tomen una real consciencia de los daños ambientales, sociales, económicos y de salud que trae consigo la utilización excesiva de tal material, los cuales son incuantificables.

*Columnista Invitado del Tanque de Pensamiento Al Centro

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