Por: David Luna
dluna@mit.edu

En estos días se presentó un hecho sin precedentes: un alcalde y un exalcalde de Bogotá, de ideologías distintas, se reconocieron mutuamente su gestión para sacar adelante un importante proyecto para la ciudad. Esto produjo una avalancha de comentarios, entre ellos aplausos por una sola razón: estamos cansados de tanto rifirrafe y polarización.

Como lo he dicho muchas veces, reconocer los aciertos del adversario y los errores propios no significa debilidad. Se requiere de una madurez política especial, de un sentido de vocación para servir y saber qué por encima de cualquier ideología y disputa, están los ciudadanos. Los líderes no nos pueden seguir sometiendo a sus peleas diarias mientras se llevan al país por delante. Los dirigentes políticos deben asumir con responsabilidad su rol de hacer oposición, que es muy distinto a solo llevar la contraria. Hay muchas políticas, programas y proyectos que nos benefician a todos y lo que no puede ocurrir, es que por la soberbia de un personaje político nos veamos todos perjudicados.

Muchos formadores de opinión se han dedicado a llenarnos de odio, a llevarnos a orillas muy distintas, a separarnos y a dividirnos. Así jamás lograremos construir un proyecto de un mejor país. Por eso hoy quiero hacer un llamado a que vengan al centro. Desde el centro es mucho mejor ver las cosas, se tiene visión panorámica, el centro es el equilibrio, el que puede aceptar las cosas de un lado y del otro. Desde el centro no hay necesidad de gritar para que nos escuchen en la otra orilla. El centro es el que es capaz de hacer consensos. Ese debe ser el proyecto político, echar para adelante, no quedarlos en el rifirrafe, ya estamos en un punto de criterio político en que se tiene la capacidad de reconocen los aciertos de cada parte y se recogen para construir un mejor país. El centro es el eje. El centro es conciliador y flexible. El centro es balance. Es sensatez.

Y sí, mi llamado al conformar el centro también lo hago a propósito de las campañas políticas que están desarrollando. Pareciera que algunos no quisieran que nos toleráramos los unos a los otros por tener ideologías diferentes y eso me alarmó. Nos está siendo muy difícil salirnos de la pelea para centrarnos en lo que importa: la gestión y los resultados. Menos blablablá y más trabajo. Bienvenidos los líderes sensatos, los que de verdad conocen las ciudades, los que en realidad quieren trabajar al servicio de una causa que aman y han estudiado.

Por ejemplo, Bogotá desde hace unos años se convirtió en el plato de segunda mesa de quienes fueron derrotados en las elecciones presidenciales. Se les volvió el trampolín para catapultar su imagen política con miras a llegar a la Presidencia. Se postulan al cargo con programas sin un análisis juicioso, sin estudiar por años la ciudad, entender su funcionamiento, problemas y limitaciones. Ser alcalde de Bogotá es el segundo cargo más importante del país, no es una tarima nacional. No es una oportunidad para ser presidente, es una oportunidad para cambiar la vida de millones de personas.

Por eso es mi llamado al centro es por la sensatez. Un centro capaz de dialogar, de no odiar, moderado, prudente y práctico. Un proyecto que en el centro ponga al ciudadano y no los intereses personales. Eso, queridos lectores, es lo que necesitamos, líderes que nunca olviden nunca a qué llegamos a la política: a servir a la gente más nunca a usarla para nuestro beneficio propio.

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