Por: Manuel Eduardo Riaño

Hace menos de 13 años, el 26 de noviembre de 2007, la asamblea general de la ONU decidió declarar que el 20 de febrero de cada año se celebrara el Día Mundial de la Justicia Social. Esta misma asamblea decretó en el año 2012 que cada 20 de marzo se conmemorará el día Internacional de la Felicidad.

Con la conmemoración de la justicia social los Estados se comprometen a promover sistemas económicos basados en los principios de justicia, equidad, democracia, participación, transparencia e inclusión. Con la recordación de la segunda fecha, se hace consciencia de que la búsqueda de la felicidad es un objetivo humano fundamental, asociada al crecimiento económico que busque el bienestar de las personas. Además, para la ONU el desarrollo y la justicia social son indispensables para la consecución y el mantenimiento de la Paz en los países. Para este organismo, el desarrollo y la justicia social no pueden alcanzarse si no se respetan todos los derechos humanos y las libertades fundamentales.

A propósito del día mundial de la felicidad, el octavo reporte mundial de felicidad fue lanzado a finales del mes de marzo. Este reporte, realizado en 156 países, profundiza en cómo los entornos sociales, y naturales se combinan para impactar la felicidad. Además, establece que debemos dar más importancia a la felicidad y al bienestar para determinar cómo lograr el desarrollo social y económico. Desde el 2013, en el ranking anual de países, los cinco países nórdicos (Finlandia, Dinamarca, Noruega, Suecia e Islandia) han estado entre los diez primeros. Es más, estos países han ocupado los tres primeros lugares desde 2017. En general existe una clara tendencia a encontrar a los países nórdicos siempre en los primeros puestos mundiales en diferentes mediciones sobre el estado de la democracia, los derechos políticos, la falta de corrupción, la calidad de la educación, la confianza entre los ciudadanos, la seguridad, la cohesión social, la igualdad de género, la distribución equitativa de los ingresos, el índice de desarrollo humano o muchas otras mediciones globales. El resultado de su nivel de felicidad es una consecuencia lógica de estos factores y del verdadero desarrollo social que estos países han logrado para sus ciudadanos.

Estamos en plena situación de emergencia económica y de salud pública por lo que las celebraciones quedaron aplazadas, pero no así las reflexiones que nos surgen de estas dos fechas y este reporte coincidentes.

En medio de las compras de pánico y del aislamiento en la seguridad de casa, muchos se han preguntado por aquellos que no tienen donde resguardarse o no poseen recursos para aprovisionarse. Tal como lo expresa el secretario general de la ONU, António Guterres, uno de cada cinco trabajadores en el mundo todavía vive en pobreza moderada o extrema, las disparidades geográficas impiden el acceso al trabajo decente, muchos trabajadores enfrentan salarios estancados, prevalece la desigualdad de género y las personas no se benefician por igual del crecimiento económico. Estas desigualdades no solo debilitan la cohesión, la justicia social y

el bienestar humano, sino que impiden que los individuos desarrollen su potencial para ser más felices.

En Colombia la situación no difiere de ese diagnóstico general. La justicia social es un principio fundamental para la convivencia pacífica y próspera dentro los países. La persistencia de la inestabilidad bursátil y la emergencia de salud pública crea una mezcla propicia para agudizar la inseguridad financiera, la pobreza, la exclusión y la desigualdad, pero más que nada la incertidumbre en el seno de nuestra sociedad. La OMS estima en un escenario intermedio, con medidas adecuadas pero no radicales, que morirán este año cerca de medio millón de personas asociadas al virus. La OIT ha estimado por otro lado que alrededor de 25 millones de empleos se perderán debido a la pandemia. Esta situación debe no solo levantar alertas en los organismos de gobierno sino despertar nuestra solidaridad como comunidad.

Es un deber personal y comunal disminuir la indiferencia y el egoísmo que nos acompaña en nuestro día a día ante las realidades difíciles de muchas personas que nos rodean y nos sirven para que nuestra vida sea más fácil. Acá es donde cada quien desde su ser debe despertar su compasión y elevar la esperanza. Pero una esperanza no entendida como un deseo sino entendida como una acción sostenida para alcanzar un propósito. Acciones de personas que entiendan que el objetivo del liderazgo es la transformación y la evolución. Precisamente son estos líderes del país los que deben sacar su mejor versión. Más allá de los aprendizajes que nos deje la coyuntura, necesitamos que la esperanza de tener un país con personas felices sea un trabajo de política pública. Que la justicia social se vea en acciones de equidad, de participación, de transparencia y de inclusión. Que la esperanza para el desarrollo de Colombia incluya gobernantes que quieran hacer de su población más educada, más segura, más cohesionada.

La justicia social y el bienestar deben ser objetivos y aspiraciones universales en la vida de los seres humanos de todo el mundo. La justicia social y la felicidad están pues estrechamente relacionados. Simplemente sin justicia social no puede haber bienestar ni felicidad para nadie en este país. Una oportunidad hermosa para los liderazgos que florezcan de esta coyuntura.

*Miembro Dirección Emprendimiento

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