Por: Tania Patiño

En una de las pocas ocasiones que he salido a la calle durante la cuarentena, un hombre se me acercó y me dijo unas palabras sobre mi aspecto físico que él consideró apropiadas y que yo percibí como abusivas e impertinentes, además de incómodas. Su mirada intrusa sobre mi cuerpo me asustó. Generalmente sigo sin decir nada, pero en esta ocasión reaccioné y le dije: ¿puede dejar de hacer eso? El hombre hizo cara de intimidación cuando vio que alguien del lugar a donde se dirigía podría percatarse de lo que había hecho. Pocas veces le respondemos a un agresor en la calle, pensé.

En el mundo, entre el 80% y el 100%  de las mujeres han sido acosadas alguna vez en la calle. Al igual que el resto de las colombianas, desde muy joven he padecido y normalizado el acoso callejero en sus múltiples manifestaciones. Aunque ese lenguaje verbal y no verbal violento ejercido contra las mujeres puede parecer una banalidad o un capricho, tiene consecuencias negativas en nuestras vidas, por ejemplo, evitar estar en espacios públicos o sentir altos niveles de miedo en lugares como restaurantes, transporte público, parqueaderos, calles o parques. Como sociedad, tenemos la obligación de revisarlo y transformarlo.

El acoso callejero es una forma de violencia contra las mujeres, que hace parte de un continuum cuya manifestación más extrema es el feminicidio. Que el acoso esté normalizado no significa que no sea violencia. Si no lo nombramos como lo que es, no podremos cambiarlo. El informe “(In)seguras en las ciudades” de la organización Plan Internacional reveló que el acoso sexual es el principal riesgo de seguridad que enfrentan las niñas y las jóvenes en el mundo.

En Colombia, la violencia contra las mujeres está concebida por la Ley 1257 de 2008, como “cualquier acción u omisión, que le cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual, psicológico, económico o patrimonial por su condición de mujer, así́ como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, bien sea que se presente en el ámbito público o en el privado.” El acoso callejero restringe el derecho de las mujeres a vivir libres y seguras y es una forma de violencia de género.

Esta violencia es la manifestación pública de muchas otras violencias ejercidas en ámbitos de la vida más privados; y es también un síntoma de que algo no está bien en nuestra sociedad.

Si los hombres en Colombia maltratan a las mujeres en las calles de todo el país, ¿qué garantías de seguridad tendremos en el ámbito privado?

Cuando un hombre en la calle utiliza sus palabras, sus movimientos corporales o su fuerza para relacionarse de manera violenta con las mujeres, está ejerciendo una amenaza de escalada de violencia y está coaccionando a la mujer a abandonar ese espacio, lo que termina en una cadena sin fin de privación arbitraria de la libertad de las mujeres. Esto impacta sustancialmente nuestra movilidad y, en general, el ejercicio de nuestro derecho al espacio público. Las mujeres sabemos que el riesgo de salir a la calle solas es muy alto, nos cohibimos de estar a ciertas horas en el ámbito público y escogemos la forma en que nos vemos tratando de minimizar con esas medidas la violencia sexual en la calle. Ser mujer es, muchas veces, tener miedo de salir a la calle. Las únicas razones: ser mujeres y estar en un espacio público. No existe ninguna justificación para este tipo de violencia.

Estas acciones y comportamientos nos afectan moral y psicológicamente y, en algunos casos, física, sexual y hasta económicamente si esto, por ejemplo, implica restricciones para la movilidad que afecte el ámbito laboral. Sin desconocer que la inseguridad nos afecta a todos, los hombres no padecen esta violencia particular y no se percatan de este tipo de situaciones para tomar ciertas decisiones en su vida cotidiana, lo que de entrada genera condiciones de desigualdad en libertades y derechos.

Una recomendación para los hombres: si creen que el acoso callejero es un chiste o algo sin importancia, pregúntenle a mujeres cercanas a ustedes cómo se sienten cuando salen, qué significa un piropo en la calle, cómo se sienten después de una situación de acoso en un espacio público y cómo han repercutido esos hechos en sus decisiones. Encontrarán varias respuestas de quienes a ustedes jamás se les ocurriría decirle o hacerle lo que tal vez le han dicho a una desconocida en las calles de Colombia, o lo que tal vez han dejado pasar como un chiste.

Para generar un cambio que redunde en beneficio de los derechos y libertades de las mujeres debemos todas y todos rechazar el acoso callejero, hacer cada vez más consientes a las mujeres de la importancia de reaccionar con firmeza frente a estos hechos inaceptables. Los hombres además deben trabajar para transformar su masculinidad y relacionarse de forma más saludable con el mundo y en general con mayor respeto por las mujeres y por ellos mismos. Alrededor del mundo hay varias iniciativas como Men Can Stop Rape, the Coaching Boys into Men program y Man Up Campaign. Finalmente, las ciudades deben ser diseñadas con una perspectiva de género, de tal forma que las mujeres podamos gozar de nuestros derechos y ejercer nuestras responsabilidades de forma segura, libre, tranquila y en igualdad de condiciones.

 

 

*Miembro Dirección de Género y Equidad

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