La semana pasada escribí sobre la desigualdad verde y quiero seguir llamando la atención sobre este tema. Partamos de que en Bogotá necesitamos sembrar por lo menos un millón de árboles. Plantados en los lugares correctos, los árboles pueden hacer de las ciudades espacios más saludables y proveer una mejor calidad de vida para los ciudadanos. El problema es que, en las localidades de menores ingresos en el suroccidente de la ciudad, donde hay 20 o 14 personas por cada árbol en vez de 3 como lo recomienda la OMS, no hay suficiente espacio disponible para sembrar los que se necesitan. Por lo menos, no sin afectar la calidad urbanística de los parques o a costa de otros servicios recreativos. Aclaremos: no se trata de llenar los parques de árboles. Sabemos que en el clima bogotano tener espacio para recibir el sol es una característica de los mejores parques. Se trata de plantarlos inteligente y focalizadamente, para acabar con la desigualdad verde e inequidad ambiental.
A pesar de esfuerzos recientes del Jardín Botánico por mejorar la arborización en localidades como Ciudad Bolívar, el reto que la entidad viene enfrentando es que en las áreas donde esta puede y debe plantar, como separadores viales, andenes, alamedas y parques de bolsillo; no hay suficiente espacio disponible para sembrar los árboles que se necesitan. Y, a pesar de tener una base de datos extensa sobre el arbolado público, los datos no son lo suficientemente precisos y actualizados para tomar decisiones estratégicas a escala micro. Para plantar un millón de árboles con un impacto real, necesitamos estrategias radicales para crear más espacio verde y mejores herramientas tecnológicas para la toma de decisiones ambientales.
Saber cuántos árboles hay y dónde están ubicados puede ser más difícil y costoso de lo que parece y puede tomar años. Por eso, cada vez más, las ciudades usan de tecnología de punta para hacer inventarios sobre el arbolado público. Combinando entre imágenes satelitales, drones, e inteligencia artificial, es posible tener un mapa preciso y actualizado para identificar patrones de desigualdad y focalizar las iniciativas de plantación.
También, necesitamos estrategias radicales para crear más espacios verdes a corto y largo plazo. Aplicar los avances y complementar la norma urbana para a futuro no repetir errores que perpetúan la desigualdad verde: desde asegurar un crecimiento ordenado y sostenible a nivel regional hasta pedir que cada nuevo colegio, parqueadero, parque o edificio tenga una estrategia paisajística integrada.
De forma inmediata, necesitamos recuperar y transformar espacios existentes. Para esto debemos promover un uso más eficiente del espacio a escala micro y reclamar espacios residuales y sub-utilizados, acabar con los separadores viales de solo concreto, reducir el ancho de las vías donde no afecte el tráfico, reverdecer espacios de parqueo o cubiertas y acabar con los parques que no tienen ni un árbol.
Esta es una oportunidad para trabajar con las comunidades y crear conciencia sobre la importancia de la naturaleza y el impacto de nuestras acciones en el planeta. No olvidemos que la biodiversidad es una de las principales riquezas de nuestro país, y nuestras ciudades no deberían alejarse de este contexto. Por eso, hagamos una campaña de siembra masiva, pero hagámoslo de forma inteligente, participativa, biodiversa, y ante todo equitativa.
En Bogotá el verde, es decir la vegetación, está distribuida de manera muy desigual. Esto es un problema serio pues los parques y árboles no son solo cuestión de estética, si no que impactan las condiciones ambientales, la salud pública y la calidad de vida de la gente. Además de proveer espacios para caminar, relajarse, y hacer ejercicio, estudios demuestran que los parques tienen importantes beneficios para regular efectos del cambio climático. También sostienen que los árboles en la ciudad filtran el aire y capturan el material particulado junto con otros tipos de polución. Está probado que los árboles ayudan a reducir el estrés, están asociados a menores tasas de obesidad y enfermedades respiratorias, y hasta previenen muertes de peatones. Por eso, es fundamental que todos podamos disfrutar esos beneficios y no sólo los más ricos y privilegiados.
En los barrios de menores ingresos y donde se ubica la población más vulnerable a las presiones ambientales y de salud, es donde tenemos menos verde. Según la investigación de la Planificadora Urbana del MIT, Marcela Ángel, el problema de la falta de espacios verdes y árboles en Bogotá no es sólo un problema de déficit si no de equidad ambiental. Mientras el área de parque por habitante en Teusaquillo es mayor a 10m2 por habitante, en localidades como Usme, Ciudad Bolívar entre otras, es menor a 3m2 por habitante.
No todos los ciudadanos tienen un parque cerca de sus casas al que puedan ir en menos de 10 minutos caminando. Especialmente, en las localidades de menores ingresos. Aún peor, los parques de estas localidades tienen menos árboles por hectárea de parque. Es decir, no sólo no hay suficientes parques, si no que los parques que hay no tienen suficientes árboles. En Bogotá hay alrededor de 800 parques sin árboles, y están ubicados de forma desproporcionada en Ciudad Bolívar.
Tenemos aproximadamente 1,3 millones de árboles y un promedio de 6 habitantes por cada árbol. Pero mientras en Bosa hay un árbol por cada 20 personas, y en Ciudad Bolívar y los Mártires uno por cada 14, en Santafé, Teusaquillo y Chapinero hay uno por cada 3 que es lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud. Necesitamos por lo menos un millón de árboles para acercarse a los estándares recomendados a nivel internacional.
Vivimos un momento en el que la calidad del aire alcanza niveles críticos cuando hay pocos vientos, como sucedió en febrero, entonces la desigualdad verde también se convierte en un problema de (in)justicia ambiental. Las poblaciones más vulnerables sufren desproporcionadamente los efectos negativos de la polución. Precisamente este problema es particularmente crítico en el suroccidente de Bogotá, en las mismas localidades dónde la mortalidad infantil presenta las tasas más altas. Según estudios recientes, Bogotá es la tercera ciudad global con más casos de asma por polución en niños.
Plantar árboles es una de las estrategias más costo-eficientes para mejorar la calidad del aire. Adicional a los beneficios para la salud, plantar árboles trae co-beneficios como el secuestro de carbono, la mitigación de escorrentías y la conservación de la biodiversidad en zonas urbanas. Esto hace que esta solución sea también una estrategia natural de mitigación y adaptación al cambio climático, con beneficios en el futuro.
Sin embargo, plantar un millón de árboles de la manera como lo venimos haciendo o proponiendo no va a solucionar el problema de la desigualdad verde. Los principales beneficios de cada árbol se concentran en los 300 metros alrededor del mismo. Por eso, es necesario plantarlos de forma inteligente y focalizada en donde más se necesitan y no sólo donde hay espacios disponibles.
Bogotá es una ciudad preciosa con un potencial increíble. Siempre hay un plan para hacer, tiene las mejores universidades del país, ofrece eventos culturales de talla internacional, oportunidades de negocios y trabajo. Pero no se puede tapar el sol con un dedo, también es una ciudad difícil: los trancones son interminables, la inseguridad persiste, el transporte público se quedó corto. Bogotá no brinda la calidad de vida suficiente que demandan sus habitantes, y por eso la gente está migrando a otros lugares.
Según la encuesta Bogotá Cómo Vamos 2018, casi la mitad de los bogotanos (46%) han pensado en irse a vivir a un municipio cercano, principalmente por cuenta del incremento en el costo de vida (33%), la inseguridad (30%), y las dificultades históricas en movilidad (13%).
Pero la gente no solo está pensado en irse, ya empezó a irse. La migración fuera de la ciudad ha disparado el desarrollo urbano de los municipios vecinos y consolidado las “ciudades dormitorio”, es decir ciudades donde la gente vive y duerme, pero trabaja en Bogotá. Según un estudio de Idom Colombia, la población de 20 municipios de la Sabana casi se triplicó en las últimas dos décadas, pasando de 722.000 a casi 2 millones de personas, mientras que la capital pasó de tener 5,6 a 8 millones de habitantes aproximadamente.
Indiscutiblemente, el crecimiento urbanístico es algo positivo. El problema surge cuando éste no sucede de manera organizada, poniendo en riesgo la sostenibilidad de la región y la calidad de vida de sus habitantes. Mientras que Bogotá crece de manera relativamente compacta, los municipios vecinos se están desarrollando como un archipiélago de islas desconectadas.
El impacto financiero de esta dinámica es fuerte para Bogotá, ya que la gente compra vivienda y paga sus impuestos en otra ciudad, utiliza los servicios que ofrece la capital, pero no le retribuye lo suficiente. Para las “ciudades dormitorio” también hay realidades preocupantes, especialmente en materia de servicios públicos y transporte: por ejemplo, según el informe de calidad de vida Sabana Centro Cómo Vamos 2017, ninguno de los 11 municipios de la provincia ha logrado la cobertura universal en su red de alcantarillado; por otra parte, El 45% de los habitantes de la provincia que se desplazan hacia Bogotá tarda más de una hora y media en llegar a su destino, y el 28% entre una hora y noventa minutos.
Es urgente que se trabaje en un modelo de gobernanza regional, creando una autoridad metropolitana de planeación, fundamentada en dos principios: enfoque regional y colaboración. Los próximos alcaldes de Bogotá y de los municipios de la Sabana tienen la importante misión de mejorar la conectividad y la movilidad intrarregional, impedir la degradación del entorno ecológico, eliminar la segregación socio-espacial, y evitar una posible saturación en la provisión de servicios públicos, entre otros retos. Será difícil poner a todos de acuerdo, sí. Pero tenemos que exigirles a los candidatos que se comprometan a poner los intereses de los ciudadanos por encima de sus vanidades políticas.
Bogotá no puede ser incapaz de garantizar calidad de vida para su gente, tiene todo el potencial para hacerlo. Debemos pensar en grande y fijar una meta de largo plazo, con visión regional, para que Bogotá vuelva a ser la ciudad vivible y amable que era.
En 1998, por primera vez, se habló de vender la Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá -ETB-. Hoy, 21 años después, se sigue hablando del mismo tema. Luego en la época en que Mockus era alcalde, se decidió democratizar el 10% y, en ese momento, estuve de acuerdo con la transacción, pero pasadas dos décadas desde que se abrió su primera discusión las cosas han cambiado sustancialmente. Hoy, las circunstancias me hacen pensar distinto y estoy convencido de que la decisión correcta es no vender la empresa.
En primer lugar, los ingresos para Bogotá no serían los esperados. Precisamente toda la incertidumbre que se generó con su venta hizo caer el precio de sus acciones y la empresa se desvalorizó a pesar de que su EBITDA creció. En segundo lugar, y quizá el argumento más importante, es que la ETB cuenta con unos activos valiosos que la ciudadanía no conoce y por tanto no sabe el tesoro que aloja esta empresa, que puede ser la joya de la corona de Bogotá.
La tecnología va a ser un aliado fundamental en el desarrollo de Bogotá en los próximos años y la ETB tiene con qué responder a estos cambios. Por eso no podemos tomar una decisión que nos haga perder esta oportunidad. Hace unos años, la ETB tomó la determinación estratégica a futuro y fue el desarrollo de una red de fibra óptica que remplazó gran parte de los viejos cables de cobre que nos conectaban. Eso permite la prestación de mejores servicios de banda ancha a los hogares y empresas en Bogotá. En 2018, un 63% de la ciudad estaba cubierto por esta red, con lo cual 1.3 millones de hogares tenían la posibilidad de usarla y 338 mil usuarios se encontraban ya conectados a la misma. Ahora el reto es lograr que en todas las localidades de la ciudad que ya están conectadas a dicha red se aumente el acceso y uso de la misma, en algunos casos gratuitamente si los servicios están asociados a educación, emprendimineto o entrenamiento.
Lo que sucede después de conectar un territorio es que la gente se apropia de la tecnología, en otros términos, empieza a usarla, a sacarle provecho y a acceder a millones de oportunidades que van desde la comunicación, el acceso a información y a la educación; para hacer trámites, participar, hacer negocios, emprender, hasta montar empresas digitales. Por eso, hoy la ETB viene jugando un papel fundamental al ser la herramienta que está creando nuevas oportunidades en los hogares de las distintas localidades de la capital. Las cifras hablan por sí solas: en los últimos tres años crecieron en clientes de tecnologías nuevas, por ejemplo, en fibra óptica pasaron de 108 mil a 338 mil y en servicios móviles de 390 mil a 486 mil.
Por lo anterior, sostengo que se convierte en la joya de la corona, porque el potencial de la infraestructura que la ETB montó en la ciudad se traduce en desarrollo para Bogotá. Gracias a esto se puede iniciar un verdadero proyecto de Bogotá como una ciudad inteligente que permita el envío y la recepción de datos, sobre la que se soporten miles de sensores, así como dispositivos, plataformas, aplicaciones. Además, permitirá conectar con la mejor tecnología 40 laboratorios de emprendimiento, dos por cada localidad, para el desarrollo de contenidos digitales, que es una de la industrias que más crece a diario en el país. Por ejemplo, gracias a la ETB dentro de poco se conectarán más de 4.000 cámaras (y debemos llegar a 10 mil) que harán un gran sistema de videovigilancia para el cuidado de la ciudadanía, y también se soportará la red de semáforos inteligentes con sensores totalmente interconectados. Todo esto aporta al fortalecimiento de la seguridad y de la movilidad, a través de un esquema articulado de vigilancia y control mucho más avanzado.
Apoyarse en la ETB es una gran decisión. La tecnología ya no es un lujo, sino una necesidad, y esto hace que sea obligación de la administración pública ponerla al servicio de la gente si quiere hacer ciudades más democráticas. El reto está en saber darle el valor que tiene para poder cambiar y hacer más fácil la vida de los bogotanos: fortalecer la empresa para aprovechar 5G, internet de las cosas, y claramente, lo principal, que la gente cada día tenga más velocidad en su internet. Así que, bienvenidos los socios estratégicos, pero la ETB es un activo de Bogotá y no se vende.
Vuelvo y repito: si intentamos lo mismo obtendremos los mismos resultados. La lucha contra la desigualdad va más allá de exigir acceso a la universidad o a un computador. Para reducir la pobreza necesitamos priorizar la franja de mayor impacto y los estudios sugieren que son los cinco primeros años de edad de una persona.
Al construir un edificio ¿qué es lo más importante? Las bases. Si los cimientos son fuertes, la construcción puede que tenga muchos años, pero no tendrá mayores problemas. Si las bases quedan mal, por más que tenga bonita fachada, muy probablemente tendrá varios problemas a futuro.
Asociamos la desigualdad a la distribución de ingreso, pero realmente comienza mucho más temprano. Según el Centro para el Niño en Desarrollo de Harvard, durante los primeros cinco años de vida se generan el mayor número de conexiones cerebrales: más de 1 millón cada segundo, desarrolla 90% del cerebro y las bases para el desarrollo cognitivo y emocional. Esto quiere decir que si un niño nace en un hogar vulnerable y recibe menos atención en sus primeros años, verá limitado su futuro, perpetuando la desigualdad.
Bogotá ha hecho avances importantes en aumentar la atención integral en la primera infancia, pero la cobertura está lejos de llegar a 100% y solo construyendo nuevos jardines sociales no vamos a lograrlo ni siquiera en los próximos 20 años. Por eso debemos tener presente la estrategia nacional “De cero a siempre”, las experiencias locales y los ejemplos internacionales con resultados probados. Pero la labor también debe venir de las familias.
Muchas veces los papás no saben cómo abordar temas fundamentales como la estimulación temprana. Los estudios indican que cuando los padres tienen buena información, sus actitudes y decisiones favorecen a sus hijos. Por eso, propongo que con tecnología básica, barata y accesible -como los mensajes de texto- se genere una alternativa para que los papás y cuidadores reciban en su celular consejos fáciles de implementar con sus hijos. Esto puede parecer arcaico, pero es una gran herramienta complementaria para la política de primera infancia.
¿Cómo funcionaría? Desde el momento en que arranca el embarazo las mamás quedarían registradas en el sistema y recibirían mensajes de texto, por cinco años, acordes a la etapa y edad del niño. Los padres tendrían información sobre cuál es la mejor alimentación, la importancia de la música, de hablarles desde los primeros días de vida, de darles espacio para el movimiento, entre otras cosas. ¿Qué padre no quiere lo mejor para sus hijos? ¿Acaso no nos gustaría que un experto nos guiara a diario sobre qué hacer y qué no hacer? Por ejemplo, ¿sabía que los niños disfrutan que sus padres les lean en voz alta desde las seis semanas de nacidos? ¿No? Ahora, ¿le hubiese gustado que esto se lo hubiesen informado? Bueno, es la respuesta a mi propuesta. Esto resultaría muy relevante para las familias de escasos recursos que no tienen acceso a la información que sí tienen las familias de más ingresos.
Los niños no votan, no se oponen, aún no se les ha despertado la rebeldía y no entienden las complejidades del mundo. Es nuestra responsabilidad como padres estar mejor informados para poder exigir por ellos y ser la voz que les ayude a tener más oportunidades. Invertir en los primeros años nos reducirá costos a futuro en educación compensatoria, salud e incluso el sistema judicial.
Sí, Bogotá tiene la tasa de homicidios más baja en 25 años, sin embargo, la percepción de seguridad de la gente empeora. La gente que vive o transita por Bogotá no se siente segura. Cuando uno camina por la ciudad va mirando constantemente atrás, esconde como un tesoro el celular, guarda la plata en algún bolsillo estratégico de la ropa, cuando maneja deja un espacio bastante amplio entre carro y carro en un semáforo por si la moscas, entre muchas otras tácticas que hemos desarrollado para afrontar la inseguridad de la ciudad.
En Bogotá, solo en febrero se presentaron 58 homicidios, 1.666 lesiones, 614 hurtos a residencias, 266 hurtos a motocicletas y 256 a automóviles y 598 hurtos a bicicletas. La ciudad ha hecho esfuerzos por mejorar, pero aún nos falta mucho para que sea una ciudad segura, vivible, confiable y que nos de calidad de vida.
La discusión de mejorar la seguridad desde nuestra policía no se puede quedar simplemente en el aumento del pie de fuerza. Es claro que Bogotá tiene un déficit de policías, pero aumentar su número no necesariamente se traduce en el mejoramiento de los índices de seguridad. Necesitamos proponer cosas diferentes para obtener resultados distintos, por ejemplo, una estrategia de seguridad inteligente basada en un modelo de innovación y tecnología en distintos niveles: prevención, reacción y judicialización del delito.
La prevención requiere la detección temprana de patrones criminógenos. Esto no me lo inventé yo, es un tema que ya se está usando en el mundo y se llama la predicción policial o PredPOL. Es más, con está herramienta se logró reducir en 20% los crímenes en Los Ángeles y en Uruguay se ha implementado el modelo y se está a la espera de los primeros resultados. Esta herramienta incluye tres fuentes de información: históricos del delito (dos a cinco años de data), tipos de delitos y localización y hora del delito. Lo anterior, mediante machine learning define un algoritmo que permite predecir dónde y cuándo se va a producir un delito. Así se sobrepasa la visión tradicional de los puntos calientes y con tecnología se complementarían las habilidades policiales para la detección de amenazas y mejorar la planeación del servicio de policía.
Bogotá necesita apuntarle a un modelo de vigilancia inteligente. Esto implica mejorar sus instrumentos de seguridad y control. Por ejemplo, avanzar hacia la integración de cámaras públicas y privadas. También que cada una de las localidades, pueda contar con sistemas aerostáticos de control y de seguridad con capacidad de captura de largo alcance a 360 grados y conectadas en tiempo real con los centros de operaciones de la policía nacional.
Pero también, creo yo, es muy importante que la ciudadanía ejerza control social sobre los delincuentes. Como bogotanos nos indignamos cada vez que vemos que a los atracadores los atrapan y los sueltan ahí mismo. Hay criminales que han reincidido hasta 40 veces y siguen delinquiendo diariamente. O qué decir de los violadores de niños. Cuando fui Concejal de Bogotá propusimos el muro de la infamia para violadores y la Corte nos lo tumbó argumentando el derecho al buen nombre. Siempre me pregunté si pesaba más el buen nombre de un violador que los derechos de un niño. Pero ya superando esta discusión, también lo vuelvo a traer a colación para usarlo con los delincuentes de las calles bogotanas. La vergüenza y el control social nos lleva a la autorregulación.