Por: William Hernández

Incluso los pueblos tienen su destino, que es una ruleta de la suerte. Ayer este pueblo era el faro de un extenso territorio, y luego por esos golpes del destino sólo quedan las ruinas.

Este es el caso de Pueblo Viejo, municipio del departamento del Magdalena.

En el siglo XVI, un monje de la Orden de Santo Domingo de Guzman, arribó desde Tenerife, España, con el título otorgado por el Emperador Carlos V, como Protector de los Indios. El monje fue Fray Tomas Ortiz y Berlanga, quien además trajo las primeras semillas de guineo, que ahora denominan como banano. A orillas del mar, en donde hoy se alzan las ruinas del próspero Pueblo Viejo, arribó este fraile, y al poco tiempo, vino desde Santa Marta, con un grupo de soldados españoles y fundó este municipio, puerto de barcos europeos y de otros lugares.

Los escombros del magnífico Pueblo Viejo hasta el siglo XIX están situado sobre la isla de Salamanca, territorio que en las postrimerías del siglo XVIII perteneció al Conde de Pestagua, noble criollo de la Villa de Mompox, en el departamento de Bolívar. Mucho aprecio le manifestó Fray Tomas Ortiz y Berlanga a su Pueblo Viejo, puesto que durante siglos era puerto obligado de las embarcaciones italianas, españolas, e incluso de las Antillas. Desde Pueblo Viejo, los inmigrantes europeos pertrechaban los barcos con perlas de la Guajira, añil y palo de Brasil.

A finales del siglo XIX, se establecieron familias que desconocen sus orígenes, y me refiero al mestizaje con las mujeres de la etnia Chimila que desde siglos habían vivido de la pesca y la sal en ese pueblo. En esas playas de sal y esperanza se establecieron los hermanos Giuseppe De Andreis y Rafaele. También la familia Lafaurie hunde sus raíces contando en sus antepasados abuelos de Pueblo Viejo. Los inmigrantes italianos De Andreis vinieron de Génova, mientras que los Lafaurie partieron de Santiago de Cuba, aunque su abuelo tenía orígenes de los pirineos franceses.

Según los cronistas, Pueblo Viejo, o la Aldea Grande, existe desde antes de la llegada de los españoles. En el siglo XVI sorprendió a los conquistadores, la extensión y exuberancia de sus playas golpeadas por un mar de olas muy fuertes. Como Pueblo Viejo no era tan visible para la guerra del contrabando, fuente de ingresos de los gobernadores y altos funcionarios de la Monarquía española, se convirtió en epicentro de prosperidad para los inmigrantes europeos. No cabe duda que las embarcaciones de filibusteros que fondearon en sus playas, transportaran pieles de babilla para la elaboración de las lujosas zapatillas que usaron las princesas y marquesas españolas.

Las autoridades competentes del quehacer cultural de Colombia deberían rescatar la memoria ancestral e histórica de Pueblo Viejo.

En sus playas se libró la última batalla de los patriotas contra los realistas en el territorio de la Provincia de Santa Marta. Este hecho ocurrió el 10 de noviembre de 1820. La desmemoria humana no tiene límites. Los descendientes de los inmigrantes europeos olvidaron que en Pueblo Viejo nacieron sus abuelas remotas. Y a pesar de la bravura del mar, Pueblo Viejo tuvo su esplendor en tiempos del Contrabando.

El Puerto tuvo el nombre de Las Mercedes, y desde allí se almacenaban las mercancías rumbo al Viejo Continente. En el siglo XVI los españoles erigieron la primera iglesia bajo el patronazgo de San José. Por esto el apelativo de San José de Pueblo Viejo.

La tragedia que tuvo como escenario Pueblo Viejo y el corregimiento de Tasajera es consecuencia de este olvido histórico en que se van sumiendo lugares históricos. La economía que floreció en épocas remotas se hizo añicos. Pero esto sucede en muchos lugares. No obstante, en contra de las críticas negativas de la irreflexión colectiva, la tragedia no es propiciada por el vandalismo. Cuando el hambre golpea y no se vislumbra un futuro óptimo, el humano actúa en defensa y alivio de sus necesidades. En los países del Tercer Mundo, a las poblaciones pobres se las cataloga como gestores de violencia. Esto bien se definiría como “discriminación por la pobreza”.

No se debe acusar a los habitantes de Pueblo Viejo. Es irrefutable que la pobreza engendra violencia y tragedias.

 

*Columnista Invitado – Historiador Samario

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