Por: Sofía Salas

Ayer a las 11 de la noche, la plenaria de la Cámara de Representantes votó para archivar el proyecto de Reforma Política presentado por José Daniel López y otros congresistas, que incluía medidas de paridad (50-50) y alternancia (listas cremalleras) para asegurar una representación equitativa de las mujeres en el Congreso. Con 91 votos a favor y 58 en contra, los congresistas decidieron archivar el proyecto en segundo debate. 

Es sumamente preocupante que se archive un proyecto de tanta relevancia sin siquiera dar el debate en democracia o tener discusiones relevantes, que es lo que, en teoría, deben hacer los congresistas. Es aún más inquietante que el congreso esté tan desconectado de la ciudadanía y sea tan resistente al cambio. Un Congreso deslegitimado y desconectado dejó caer en dos semanas la financiación de la JEP, el proyecto de ley que regulaba el uso recreacional y adulto del cannabis y una reforma política que ofrecía una oportunidad excepcional para fortalecer la democracia, robustecer los partidos políticos y reconocer la deuda histórica de la política con las mujeres. 

¿A qué le tienen tanto miedo los que archivaron el proyecto? ¿A abrir espacios y soltar poder? ¿A tener discusiones sobre cómo fortalecer la democracia? ¿A reformar las reglas? ¿A que las mujeres participen en política y tengan la representación que merecen?  ¿A robustecer a los partidos y despersonalizar la política? 

Se perdió esta batalla, pero la lucha por robustecer la democracia y lograr que más mujeres participen en espacios de toma de decisión debe seguir. Las mujeres somos el 52% de la población en Colombia, pero nuestra representación en cargos de elección popular es mínima: 12% Alcaldías, 6,25% Gobernaciones, 16,7% Concejos, 0,41% Asambleas y 19,6 % Congreso (Consejo Nacional Electoral). Los números están incluso muy por debajo de la cuota del 30% que determina la ley de cuotas. Los principios de paridad (50-50), alternancia (listas que alternan hombres y mujeres) y universalidad (aplicación a todos los espacios de toma de decisión) son indispensables para asegurar que la representación equitativa sea una realidad. Estos principios están contemplados en la Constitución del 91, pero hace falta aterrizarlos y hacerlos realidad. 

No es la primera vez que los políticos se resisten a que las mujeres participen en espacios de poder. En 1954, las sufragistas liberales y conservadoras sumaron fuerzas para lograr el derecho al voto para las mujeres. Muchos hombres en ese entonces se resistían a la participación de las mujeres porque, según ellos, “sería el paso inicial en la transformación funesta de nuestras costumbres y en la pugna entre los sexos”. Entre los argumentos que han esbozado hombres y mujeres contra la paridad está que las mujeres tenemos que ganarnos las cosas por mérito o que la discriminación positiva también es discriminación. 

Las mujeres no queremos nada regalado, queremos que se reconozcan las inequidades estructurales e históricas y las barreras que enfrentamos las mujeres para participar en igualdad de condiciones, como el acceso a recursos de los partidos o la violencia política que han experimentado 70% de las mujeres en política. Proyectos como la reforma política y o la reforma al código electoral que está en curso apuntan en esa dirección y movimientos como la campaña ciudadana PARIDAD YA ponen en evidencia que esta es una demanda inminente de la ciudadanía. 

Nada asegura que tener más mujeres en el poder va a mejorar la situación de las mujeres en el país, pues tener cuerpo de mujer no es sinónimo de tener agendas de mujeres o agendas feministas. Sin embargo, la representación importa y puede cambiar las narrativas sobre el poder y sobre lo que hacen las personas que acceden a él, como lo explicó Jill Filipovic en las elecciones legislativas de 2018 en Estados Unidos. Las representantes Juanita Goebertus, Adriana Matiz, Maria Jose Pizarro y Angela Maria Robledo  dieron ejemplo de esto en sus intervenciones en defensa de la reforma política. 

Es una lástima que el miedo haya ganado esta batalla, pero la lucha debe seguir porque sin mujeres la democracia está incompleta. Una mayor representación será beneficioso para la sociedad en su conjunto y ayudará a robustecer la democracia.

 

 

*Directora de Género y Equidad

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