Mar 30, 2019 | Columnas de Opinión, David Luna
Por: David Luna
dluna@mit.edu
Primero, y antes de que me salten en masa, no se trata de una propuesta política ni mucho menos burocrática. De lo que quiero que hablemos hoy es de una propuesta revolucionaria. Decía Einstein: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”, bueno pues creo que en Bogotá hay que dejar la locura de proponer las mismas medidas para solucionar los problemas históricos que tenemos, empezar a salirnos de la caja y pensar algo diferente que pueda hacer de la ciudad un espacio más vivible. ¿Qué tal crear una Bogotá inteligente?
Hoy en día se habla de smart cities, safe cities, territorios digitales y sostenibles, entre otros. Una ciudad inteligente es aquella que a través de ideas innovadoras habilitadas por la tecnología mejora la calidad de vida de los habitantes, empoderando a los ciudadanos para que construyan la visión de ciudad y que sean sostenibles económica y ambientalmente.
Por ejemplo: Singapur es referente de transformación urbana, o Barcelona que es reconocida por haber desplegado sensores que permiten determinar con exactitud los lugares en los que hay parqueaderos disponibles o regular las luminarias públicas dependiendo de la necesidad de las personas y hora del día. El éxito de estas iniciativas es el resultado del desarrollo de un ecosistema en el que confluye todos los sectores sociales con un objetivo común. Pero para lograr alinear los intereses es preciso contar con un liderazgo de ciudad. Una institucionalidad fuerte, con presupuesto y dientes que haga también sostenible la visión de ciudad concertada y los proyectos: un Vice Alcalde con funciones de CIO (Chief Information Officer) o Jefe de Información y análisis.
En Bogotá existe la figura del Alto Consejero para las TIC, quien ejerce las funciones de Líder de Tecnología y tiene dentro de sus responsabilidades, las políticas de Gobierno Digital. Ha sido una buena iniciativa, sin embargo, le hace falta más dientes para enfrentar la transformación digital de la ciudad. Este tema debe ser labor de una institucionalidad robusta de la cual dependan áreas estratégicas y transversales de la ciudad.
El Vice Alcalde permitiría articular un equipo de gobierno alineado hacia un mismo objetivo y también a los demás sectores interesados en el desarrollo de soluciones de ciudad. Esta iniciativa apoyada en laboratorios de analítica de datos para tomar decisiones soportadas, y combinada con esquemas de crowd law que permita la participación ciudadana a través de la tecnología en la toma de decisiones sobre política pública, sería clave para hacer una verdadera transformación de ciudad.
Así tendríamos, por ejemplo, plataformas de ciudad que integren todos los servicios de la administración de cara al usuario, interoperabilidad real entre las cámaras de seguridad y movilidad para que se usen para monitorear ambas cosas, y sensores que determinen donde se está generando mayor contaminación del aire en la ciudad. Esto no es crear burocracia, es empezar a mirar más allá. Siempre pensamos que la tecnología es un tema de futuro, pero no nos damos cuenta que la tecnología es un tema del presente al que hay que saber sacarle jugo y poner al servicio de la gente. Lo último que nos tiene que dar miedo es pensar diferente. Entonces, ¿por qué no pensar en algo diferente como en un Vice Alcalde que asuma estas funciones y que haga de Bogotá una ciudad inteligente?
Mar 26, 2019 | Columnas de Opinión, David Luna
Por: David Luna
dluna@mit.edu
Casi 30 años llevan los estratos vivos y durante todo este periodo de tiempo, más allá de su objetivo para definir subsidios y contribuciones para los servicios públicos, la estratificación equivocadamente logró crear imaginarios que nos pusieron etiquetas, fomentaron la segregación, la lucha de clases. Los estratos son seis barreras invisibles que ya no funcionan adecuadamente. Ha llegado la hora de derrumbarlos y propongo que su desmonte arranque haciéndose en Bogotá.
Para empezar, nada tiene que ver la clasificación por estratos con la realidad económica de una familia. En su momento la estratificación ayudó a recoger datos sobre la condición y la calidad de las viviendas en que la gente habitaba con una finalidad de identificar a quien se le debían subsidiar los servicios públicos. Fue un sistema único en el mundo, sí único. Pero la verdad es que hoy en día una cosa no tiene que ver con la otra. La condición de una vivienda no necesariamente obedece a la situación económica de una persona. Hay personas de estrato tres con más riqueza que personas de estrato cinco, y a ellos son los que hay que identificar para que también contribuyan. Eliminar estratos no significa acabar con los subsidios sino buscar quién debe de verdad contribuir y quién debe recibir.
Luego, equivocadamente, la estratificación se empezó a usar como la herramienta de planificación para determinar la inversión social y económica del país. Ya sabiendo que esta clasificación no refleja la realidad, vale la pena reflexionar porque durante años hemos tomado decisiones con base en una segmentación errónea y que esto tiene un impacto en los resultados que se esperan sobre los programas y políticas públicas.
Los estratos se convirtieron en una categorización de ciudadanos mezquina que más que aportar lo que logró hacer fue dividirnos. Se nos olvidó que los estratos los tenían las viviendas y no las personas. Creamos ciudades con sectores que estaban delimitados por barreras imaginarias, por ejemplo, ciertos servicios solamente se prestan en determinadas zonas o los productos que se venden en los supermercados dependen del estrato donde se encuentre el punto de venta. Creamos estereotipos.
Es hora de repensar la clasificación por estratificación y de evolucionar el mecanismo. El Sisben ha ayudado a quitarle peso al tema de los estratos. Sí, el sistema tiene problemas, hay que depurarlo, hay colados, pero se puede mejorar. El avalúo catastral es otra alternativa para el reemplazo de los estratos ya que este tiene una mejor forma de demostrar la capacidad de pago de los hogares, en Bogotá se ha avanzado mucho en la actualización catastral, tiene el mejor catastro del país, eso es un terreno ganado frente a otras ciudades. Con tecnologías como big data e inteligencia artificial se pueden apoyar estos procesos, como ocurre en muchas ciudades del mundo donde cruzan la información predial, tributaria y de consumo, tomando decisiones más acertadas frente a los temas de inversión. Lo importante es identificar quienes en realidad tienen más recursos para que contribuyan al mejoramiento de la calidad de vida de quienes tienen menos.
Para que en Bogotá haya equidad, el desarrollo social debe ir de la mano del desarrollo económico. Vivimos otros tiempos y debemos empezar por hacer nuevas apuestas, si siempre proponemos las mismas soluciones no vamos a obtener resultados diferentes. Llegó la hora de explorar otras salidas, Bogotá sin estratos puede aportar a solucionar los problemas de los ciudadanos, pensar en nuevos tiempos, en construir sobre lo construido y en una Bogotá inteligente, de todos.
Mar 11, 2019 | Columnas de Opinión, David Luna
Por: David Luna
dluna@mit.edu
En estos días leyendo una importante revista me encontré con una caricatura de Aleida del gran Vladdo en la que reflexionaba lo siguiente: “¿Quién pinta la raya de la cual uno no debe pasarse en redes sociales?”. Me quedé pensando que últimamente los líderes creen que su deber es ser estrellas de las redes sociales y no ponerse a trabajar por los ciudadanos, sus únicos jefes. Se les está olvidando la razón por la que llegaron hasta dónde están: la política es el arte de servir a los demás y no la actividad para servirse a uno mismo.
El rififafe es diario. En eso parece que se la pasan varios de los funcionarios o aspirantes a servidores públicos todo el día. Sí, se debe informar, sí es un deber publicar la actividad diaria para que la gente sepa cuál es la gestión que se hace, por supuesto está muy bien usar los canales digitales para interactuar con la gente, pero lo que ya se está pasando de la raya es cómo están difundiendo mensajes de odio y polarización para provocar la indignación ciudadana y así usarlos como si fueran títeres de sus campañas.
Cada día llega con propio HT. Tristemente estamos viendo algunos líderes cayeron en las redes de la vanidad. Del HT a la acción y de la vida digital a la realidad hay un buen salto para dar. ¿Qué estamos haciendo de verdad por cambiar las cosas? Si están ejerciendo cargos en corporaciones públicas, teniendo la oportunidad de presentar iniciativas para cambiar las cosas, ¿Por qué parece que su única gestión son sus opiniones en redes sociales? ¿Cómo será la rendición de cuentas de estos políticos? ¿Cuál es la necesidad de dividirnos y ponernos a pelear entre nosotros? ¿Por qué quieren generar resentimientos y estigmatizar?
Quizá la respuesta más acertada a esos interrogantes es la más dolorosa: Porque lastimosamente no están sirviendo a la gente sino tienen la gente a su servicio, parece que pusieron a la ciudanía en función de una campaña constante para catapultar su imagen política.
La gestión es pobre, los resultados no son tantos y a la hora de proponer no son las salidas más brillantes o diferentes. Hay líderes con quienes establecimos relaciones emocionales pero por más que sintamos profunda admiración por ellos, debemos ser capaces de evaluarlos y exigirles que se pongan a trabajar, que nos representen y que hagan bien las cosas.
La política es para construir no para destruir. Es para servir no para dividir. Es para crecer todos no para llevarnos a orillas diferentes. Aclaro que no son todos, son más los casos para resaltar. En un mundo tan hyperconectado las redes sociales nos traen muchas oportunidades, riesgos y tentaciones. La de los líderes no podemos irnos por el discurso facilista de “divide y reinarás”. Bastante hemos sufrido por años como para que en vez de solucionar los problemas nos dediquemos al discurso barato. Que no se nos olvide que los políticos solo tenemos un jefe: el ciudadano. En otras palabras, menos blablablá y más gestión.
Ahora que tengo su atención: El Profesor Mockus es y seguirá siendo brillante. Es una verraquera ver que nada le impide seguir aportándonos, que nada le detiene compartir su conocimiento. A Él mi admiración. A quienes los critican, es consejo auto reflexión.
Feb 26, 2019 | Columnas de Opinión, David Luna
Por: David Luna
dluna@mit.edu
La imagen del camión que transportaba la ayuda humanitaria en llamas deja a cualquiera boquiabierto. Uno no alcanza a dimensionar que la ambición de algún líder pueda estar por encima de las necesidades, el hambre y el dolor de su pueblo. En la era de los reflectores, de la inmediatez de la información, se hace necesario controlar el ego y repetirse una y otra vez: la política es el arte de servir a los demás y no la actividad para servirse a uno mismo, el único jefe es el ciudadano, hay que construir sobre lo construido, los recursos públicos son sagrados y siempre se pude hacer oposición, pero nunca llevar la contraria.
Maduro llevó al límite a su gente perpetuándose en el poder para no solucionarles los problemas, sino a tan solo un puñado de venezolanos: los que comparten sus ideas o sus robos. Estos espejos debemos mirarlos, a todo aquel que quiera aferrarse al poder eternamente hay que temerle, de todo líder que no respete sus instituciones o se crea intocable, hay que dudar. De esos políticos que en su discurso solo inculcan odio y nos llevan a esquinas diferentes hay que huir, y de los que ven en la oposición su enemigo acérrimo al punto de silenciarla hay que evitar, porque no permitirán construir desde las diferencias sino imponerse bruscamente contra viento y marea.
ARTÍCULO RELACIONADO Oficialistas sacan al menos ocho toneladas de oro del Banco Central de Venezuela Ningún extremo es bueno porque es desequilibrado. La historia lo ha demostrado y lo sigue probando una y otra vez. La situación de Venezuela es el resultado del abuso de un líder populista e improvisado cuya única motivación para gobernar era el control y las ansias de un poder, mas no estar al servicio de una nación, un líder que puso a su pueblo a que le sirviera llevándolo al hambre y a la muerte.
Es triste ver a lo que quedó reducido ese país próspero y desarrollado por culpa de las políticas retrogradas y arrogantes que se trazaron. Nunca pudieron pasar del discurso a la acción, lastimosamente las palabras se las lleva el viento. Se necesitarán muchos años para poder reparar los daños económicos y sociales que se le hicieron a Venezuela. De corazón espero que cuanto antes se pueda encontrar una salida a su situación a través del diálogo. El cerco diplomático ha hecho que los ojos del mundo entero se fijen en Venezuela. Ojalá los militares recuerden que su misión es proteger a su pueblo. La salida nunca será la guerra, la guerra solo divide, derrama sangre y crea unas heridas difíciles de sanar.
El perdón de la guerra es un acto silencioso, doloroso y de mucho tiempo, nosotros ya lo hemos vivido. A muchos se les hace fácil pedir una intervención como si no analizaran cuál es el impacto económico y social que tiene para Colombia dicha acción. ¿Por dónde creen que van a intervenir? ¿Dónde creen que se instalarán las bases militares? ¿Contra quién cree qué será la guerra? ¿Quién será la carne de cañón? ¿A dónde van a parar los refugiados? La respuesta es Colombia.
Alentar a una guerra es el peor error que podemos cometer. Ojalá la comunidad internacional pueda seguir presionando, llevando a un límite al dictador. Ojalá su pueblo se siga levantando y liberando, ojalá sus militares se pongan la mano en su corazón, pero lo que más deseo es que ojalá no haya una intervención que nos lleve a una guerra porque en ella todos, absolutamente todos, tenemos algo que perder.
Feb 23, 2019 | Columnas de Opinión, David Luna
Por: David Luna
dluna@mit.edu
Estos son los cinco principios sobre los que he ejercido mi carrera pública durante 20 años y que les he mencionado en mis anteriores columnas: el servicio público es el arte de servir a los demás y no la actividad para servirse a uno mismo, en la política se debe construir sobre lo construido, quienes ejerzan un cargo público deben entender que su único jefe es el ciudadano, se debe hacer oposición, pero no llevarla contraria y uno más, que menciono de último no por ser el menos importante, sino porque quiero profundizar un poco más: los recursos públicos son sagrados.
El 64% del Estado se financia gracias a los impuestos que pagan los ciudadanos y las empresas colombianas. Los impuestos para muchos son una carga, un colombiano paga en impuestos entre 15% y 20% de lo que ganó al año. Cuando tributamos estamos haciendo un aporte que, la mayoría de las veces, significa un gran esfuerzo para el bolsillo y un sacrificio personal. Los colombianos nos dejamos de dar gustos por pagar impuestos. Cumplir con la obligación de tributar es nuestro deber, pero el buen manejo y las buenas inversiones de estos es una responsabilidad de nuestros dirigentes.
En mi casa me enseñaron que lo ajeno se respeta. También me enseñaron que el que se apropia de las cosas que no son suyas no tiene otro nombre más que ladrón. Lo que no es de propiedad de uno merece un cuidado y un trato especial, y los recursos públicos se elevan incluso a un nivel superior: son sagrados.
Lastimosamente en Colombia la corrupción nos ha quitado años de desarrollo y oportunidades. Incluso, nos ha quitado vidas. Hay que decir que no son todos los servidores públicos, que la mayoría de quienes trabajan para el Estado son gente honesta, trabajadora y decente, pero como en todo, siempre hay manzanas podridas.
En la última encuesta Invamer, para los colombianos la corrupción dejó de ser el principal problema que tiene Colombia. Pero ojo, aún nos falta mucho para enviar al segundo lugar de prioridades este punto. Con los corruptos no hay que tener ningún tipo de consideración. Además de las sanciones penales que deberían ser ejemplarizantes, tenemos que aplicarles castigos sociales para que sientan vergüenza de lo que hacen. A los corruptos deberíamos cerrarles las puertas en muchos aspectos sociales. Duele ver que en muchas regiones del país persiste la pobreza y el atraso, porque sus dirigentes “canallamente” desviaron los recursos. Da vergüenza cómo un alcalde de Bogotá junto con su pandilla se robó la ciudad y nos dejó en la quiebra; aplaudo que la justicia haya condenado a Samuel Moreno, es un avance, pero aún da ira ver como otros personajes no pagan ni la mitad de lo que se robaron y por el contrario se les otorgan beneficios, esto último fue una burla a todos los bogotanos.
Hemos logrado avances en esta batalla, la tecnología ha sido una gran aliada en la lucha anticorrupción, ha acercado el Estado al ciudadano y gracias a los datos abiertos es mucho más fácil hacer veeduría. Sin embargo, aún nos falta seguir pedaleando para cambiar el chip de algunos -mal llamados- servidores del Estado, porque los recursos de los colombianos se cuidan como lo más sagrado. El que vino a la política para hacerse rico se equivocó de oficio.
Feb 13, 2019 | Columnas de Opinión
Por: David Luna
dluna@mit.edu
De Luis Carlos Galán aprendí el principio fundamental con el que por tanto años he ejercido el servicio público. Galán decía que la política era el arte de servir a los demás mas nunca la actividad para servirse a uno mismo. Hoy quiero llamar la atención sobre él. Quiero recordarles a muchos líderes cual es la razón por la que hacemos política, y mejor aún, quisiera lograr abrirle los ojos a la gente para que evalúen a quienes los representan: ¿Sus líderes sirven a la gente o tienen a la gente a su servicio?
Esto que parece lógico, en nuestro país lastimosamente no lo es. Hay quienes llegaron a la arena política pensando en hacerse ricos, y a esos les digo que se equivocaron de oficio. Hay otros que vinieron para gestionar sus propios negocios, y a esos los responsabilizo por condenar al país al atraso. Aunque parezca mentira, otros se hicieron elegir porque les seduce el poder, el mando, que les rindan pleitesía, les abran la puerta, los lleven y los traigan. De esos ni qué hablar, son una grandísima vergüenza.
Ser servidor público no es un trabajo más. Es un trabajo que se hace con honor, con valor, con amor. La política no es una condición hereditaria, no es de castas, la política no es un status, la política es una vocación. La política no alimenta egos, alimenta el alma.
Los líderes y funcionarios del Estado deben ser conscientes de que el único poder que tienen es el de impactar positiva o negativamente en la vida de un ciudadano. Hacer política no es fácil, se necesita tener vocación; porque tomar decisiones en la administración pública no es fácil, porque para construir sobre lo construido se necesita humildad, porque para entender que el único jefe de un político es el ciudadano, se necesita mantener la cordura y no dejarse embriagar por el poder.
Todos los días vemos peleas insoportables en redes sociales, la radiografía de un país muy polarizado. Cuando uno analiza a fondo la situación se pregunta: ¿Los líderes están trabajando o están dividiendo? El uno le dice al otro, el otro difama del otro, se sacan los trapos sucios y los ciudadanos mientras tanto en la mitad; intentan escoger un bando mientras que los políticos se montan un espectáculo para seguir figurando y los colombianos nos vamos distanciando los unos de los otros, casi en esquinas diferentes, no toleramos a ningún “ista” de la otra orilla. ¿Qué locura es esta? ¿Cuál es la verdadera gestión de estos políticos fuera de ponerlos a pelear? ¿La hay?
Peor aún, llegamos al punto que el Estado está al servicio de un partido político, quieren “castigar” a quienes no piensan como ellos y entonces exigen que remuevan de los cargos en entidades públicas a quienes en algún momento han expresado su desacuerdo o una visión ideológica diferente. El Estado no es un fortín, es un sistema para mejorar la vida de la gente, dejarlos sin trabajo es mezquino y desalmado.
Los invito a reflexionar. Analizar, ¿Eso es lo que se quiere de los políticos? ¿En qué les han cambiado la vida con sus decisiones? No vale la pena seguir apostando por quienes nunca han mostrado un resultado distinto a ponerlos a su servicio para alimentar sus propios intereses. A esos, ni voltearlos a mirar.
Ahora que tengo su atención: Mi solidaridad con la familia de Legarda. No vale la pena ni siquiera pensar en el porte de armas, nos indignamos con lo que sucede en otros países pero ni siquiera podemos aprender lecciones de nuestra propia historia.