Santrich: así no es

Por: David Luna
dluna@mit.edu

Creo y creeré siempre en la paz. La voté, la construyó a diario y la protegeré. Los colombianos nos acostumbramos tanto al dolor que la violencia casi se nos convierte en paisaje. Le apuesto a la paz porque yo crecí en un país en guerra y quiero dejarle uno en paz a mis hijos. Pero sé que teniendo millones de razones más para argumentar porque es mejor hacer la paz, tengo el deber de ser sensato: el camino que escogió Santrich no es.

Apostarle a la paz no significa ponerse una venda en los ojos. Implica querer un mejor país, y para eso hay que tener la madurez y la objetividad para reconocer los errores. Al señor Santrich le dimos la confianza, negociamos con él y le creímos. Se le acusó de seguir delinquiendo y decidió entrar en huelga de hambre, luego intento atentar contra su propia vida y ahora decidió irse, dejando la sensación de preferir escapar. Sí, negociamos con alguien que no supo asumir con responsabilidad la oportunidad que le dio la sociedad y la esperanza de millones de colombianos. Una vez más, se burló del país.

Llevo ya varios meses probando mi tesis: nos falta sensatez y a muchos funcionarios públicos madurez. En el afán por demostrar quién gana el pulso político, un grupo político construyó todo un ambiente en el que a los desmovilizados no se les brinda seguridad jurídica. Mientras tanto, otro grupo tomó determinaciones que hoy afectan gravemente la credibilidad de la paz. ¿será qué no entienden que se están jugando el futuro de todo un país? ¿será qué no les da pena como estamos arriesgando nuestra credibilidad internacional? ¿será qué no se dan cuenta que nos están llevando a todos por delante?

Y mientras tanto, Santrich cruzó la frontera. Dándole la razón a todos quienes aseguran que siguió delinquiendo; dejando tirado el proceso de paz, el mismo que él sabía sería difícil. Salió con un chorro de babas. A él, como a otros, se le dio la oportunidad, pesar de lo difícil que ha sido para una buena parte del país aprender a perdonar. Así no es, esa no es la manera. Envió un mal mensaje y pisoteó la paz.

Por eso, vale la pena reconocer la voluntad a todos aquellos militantes del hoy partido político de la FARC que han querido hacer las cosas bien. A todos los qué a pesar del duro camino, siguen en pie. A los que tiene paciencia porque saben que ganarse la aceptación costará tiempo pero que con su gestión poco a poco demostrarán que el camino nunca será el fusil, sino el debate.

Por mi parte sigo creyendo en la paz, porque sé que es el escenario que a todos nos favorece. Que evita el dolor, las lagrimas. Que cierra los círculos de rencor y violencia. Sigo apostándole a la paz porque propicia el ambiente para un mayor desarrollo, para que la gente en el campo no abandone sus hogares, para que los niños puedan al colegio. Porque el crecimiento económico, favorece la seguridad. Porque nos mereceremos vivir como lo hace la gente en un lugar normal.

Por eso reconozco a quienes se han comprometido y siguen construyendo la paz. Rechazo a todos quienes pretender burlarse de nuestra voluntad de tener un mejor país. Y, por último, como lo he hecho en mis últimas columnas, vuelvo e invito a los líderes a que les pongan sensatez a sus decisiones, les quiten odio a sus discursos, les pongan responsabilidad a sus actuaciones y se pongan a trabajar par cambiarle positivamente la vida a la gente en vez de estancar las oportunidades que tenemos de ser un mejor país. Así no es.

Entrar en razón

Por: David Luna
dluna@mit.edu

Lastimosamente a los colombianos la violencia se nos volvió paisaje, por eso lo gritos del pequeño hijo de María del Pilar Hurtado (Qepd) al lado de cuerpo de su madre fueron desgarradores. Nos destemplaron las venas. Nos hicieron llorar, nos hicieron sentir impotentes. Pero, no estoy seguro de si nos hicieron poner los pies del todo sobre la tierra: la discusión se centró en si María del Pilar Hurtado era líder social o no. Nunca entendí el debate, era un ser humano, era una madre que dejó desamparados cuatro hijos, era una esposa, era una hija, era una vida y la vida de cualquiera es intocable. ¿Cuál es la diferencia entre si era líder social o no? ¿Si era de izquierda o derecha? ¿Se convertía entonces en un hecho políticamente relevante? ¿La hacía buena o mala? Lo cierto es que a María del Pilar le tocó molerse a diario para sacar a sus niños adelante, que con valentía denunció a narcotraficantes, que hoy no está con su familia, y que a su madre la violencia le ha quitado tres de sus hijos. Tres. Las cosas para ella y su familia no cambiaron en nada a pesar de los bonitos discursos que hay montados en la izquierda y en la derecha.

Luego, en estos días se dieron dos tendencias diametralmente opuestas: #LeTemoALaIzquierdaTerrorista y #NoLeTengoMiedoAUribe, es decir, una foto más de lo mismo y de lo que todos ya sabemos: nos está consumiendo la polarización. Podría poner muchos más ejemplos, pero no vale la pena seguir llamando la atención sobre lo mismo si no se toman acciones, si no hay una propuesta.

Aquí hay una y depende de cada uno de nosotros: tenemos que ser capaces de no dejarnos meter en la pelea diaria de si cada cosa que pasa fue una idea de cada uno de los extremos. No caigamos en el juego de un puñado de líderes que descubrieron que ponernos a pelear es la manera de ganar popularidad. Que mamertos, que bandidos, que terroristas, que ricos, que pobres, que nada, no nos dejemos rotular. Claro que sí, tener diferencias es normal, es sano para la democracia, las ideologías son buenas para tener varias perspectivas sobre lo temas, pero estamos cruzando el límite hacía un terreno equivocado.

Nos estamos dejando enfrascar en un conflicto que sigue abriendo la grieta y que no soluciona absolutamente nada. Las cosas siguen igual, no creo que alguno sienta que después de insultarse con el otro logró cambiar al mundo. Debemos centrarnos en las decisiones, en la gestión, en los resultados. Del dicho al hecho hay mucho trecho, dice la sabiduría popular. La seguridad no es de derecha ni de izquierda, el transporte público no es de la izquierda o de la derecha, tampoco la salud, ni la educación, mucho menos la vida. Todo lo que acabo de mencionar es lo básico para vivir dignamente y no está pasando nada, no estamos evolucionando, ni creciendo por andar peleándonos. Busquemos el equilibrio entre las cosas y entremos en razón. Pongámosle sensatez, quitémosle pasión mesiánica al asunto, bajémosle al odio, traigamos soluciones concretas. Cada vez que veamos un tema, un rifirrafe de esto, recuerden que si seguimos el juego nos tendrán ahí de muñecos. Anulemos la polarización, dejemos las esquinas y llevemos todo al centro.

Todo al centro

Por: David Luna
dluna@mit.edu

En estos días se presentó un hecho sin precedentes: un alcalde y un exalcalde de Bogotá, de ideologías distintas, se reconocieron mutuamente su gestión para sacar adelante un importante proyecto para la ciudad. Esto produjo una avalancha de comentarios, entre ellos aplausos por una sola razón: estamos cansados de tanto rifirrafe y polarización.

Como lo he dicho muchas veces, reconocer los aciertos del adversario y los errores propios no significa debilidad. Se requiere de una madurez política especial, de un sentido de vocación para servir y saber qué por encima de cualquier ideología y disputa, están los ciudadanos. Los líderes no nos pueden seguir sometiendo a sus peleas diarias mientras se llevan al país por delante. Los dirigentes políticos deben asumir con responsabilidad su rol de hacer oposición, que es muy distinto a solo llevar la contraria. Hay muchas políticas, programas y proyectos que nos benefician a todos y lo que no puede ocurrir, es que por la soberbia de un personaje político nos veamos todos perjudicados.

Muchos formadores de opinión se han dedicado a llenarnos de odio, a llevarnos a orillas muy distintas, a separarnos y a dividirnos. Así jamás lograremos construir un proyecto de un mejor país. Por eso hoy quiero hacer un llamado a que vengan al centro. Desde el centro es mucho mejor ver las cosas, se tiene visión panorámica, el centro es el equilibrio, el que puede aceptar las cosas de un lado y del otro. Desde el centro no hay necesidad de gritar para que nos escuchen en la otra orilla. El centro es el que es capaz de hacer consensos. Ese debe ser el proyecto político, echar para adelante, no quedarlos en el rifirrafe, ya estamos en un punto de criterio político en que se tiene la capacidad de reconocen los aciertos de cada parte y se recogen para construir un mejor país. El centro es el eje. El centro es conciliador y flexible. El centro es balance. Es sensatez.

Y sí, mi llamado al conformar el centro también lo hago a propósito de las campañas políticas que están desarrollando. Pareciera que algunos no quisieran que nos toleráramos los unos a los otros por tener ideologías diferentes y eso me alarmó. Nos está siendo muy difícil salirnos de la pelea para centrarnos en lo que importa: la gestión y los resultados. Menos blablablá y más trabajo. Bienvenidos los líderes sensatos, los que de verdad conocen las ciudades, los que en realidad quieren trabajar al servicio de una causa que aman y han estudiado.

Por ejemplo, Bogotá desde hace unos años se convirtió en el plato de segunda mesa de quienes fueron derrotados en las elecciones presidenciales. Se les volvió el trampolín para catapultar su imagen política con miras a llegar a la Presidencia. Se postulan al cargo con programas sin un análisis juicioso, sin estudiar por años la ciudad, entender su funcionamiento, problemas y limitaciones. Ser alcalde de Bogotá es el segundo cargo más importante del país, no es una tarima nacional. No es una oportunidad para ser presidente, es una oportunidad para cambiar la vida de millones de personas.

Por eso es mi llamado al centro es por la sensatez. Un centro capaz de dialogar, de no odiar, moderado, prudente y práctico. Un proyecto que en el centro ponga al ciudadano y no los intereses personales. Eso, queridos lectores, es lo que necesitamos, líderes que nunca olviden nunca a qué llegamos a la política: a servir a la gente más nunca a usarla para nuestro beneficio propio.

Barriga llena, Bogotá contenta

Por: David Luna
dluna@mit.edu

En Colombia se desperdician 9,7 millones de toneladas de comida al año, mientras 54% de la población vive en situación de inseguridad alimentaria, como prueba, la situación crónica que vemos a diario en La Guajira, la misma que por ningún motivo se nos puede volver paisaje: con la comida que se desperdicia anualmente se puede alimentar a toda Bogotá u ocho veces a La Guajira en un mismo año.

¿Desperdiciamos más alimentos cuando hacemos mensualmente compras grandes? ¿Cuántas veces compramos alimentos que dejamos dañar dentro o fuera de la nevera? En los restaurantes, ¿cuántas veces hemos dejado casi la mitad del plato intacto? ¿Cuántos lugares ofrecen porciones demasiado grandes? En nuestros hogares, ¿utilizamos los alimentos que quedan del día anterior en otras recetas?

Mientras muchos se acuestan sin poder cubrir su ración de comida diaria, otros desperdician toneladas de alimentos. De acuerdo al último documento publicado por el DNP, el 64% de pérdidas de alimentos son ocasionadas entre la producción agrícola y el procesamiento industrial, las cuales termina encareciendo los alimentos. El 36% restante son desperdicios urbanos que se dan entre la distribución, el retail y los hogares. El sector que mayores pérdidas y desperdicios presenta es el de las frutas y vegetales, que son productos esenciales.

En este tema estamos en mora aguardando que desde la administración se planteen políticas y estrategias eficaces para mitigar la perdida y desperdicio de alimentos, ser más sostenibles, y lo más importante, acabar con el hambre. Este es un tema que abre mucho más la brecha de la desigualdad. Los niños que no tienen los nutrientes necesarios en su crecimiento no podrán desarrollarse de manera correcta y aprovechar su potencial, por ejemplo, padecen de déficit de atención, problemas de aprendizaje o enfermedades crónicas no transmisibles. En la adolescencia, una malnutrición puede generar anemia especialmente en la etapa desarrollo de las mujeres. En la adultez, las repercusiones en el estado de salud son múltiples que derivan en distintas enfermedades hasta la mortalidad materna. Todo esto impacta también el sistema económico pues son personas en condiciones desiguales de productividad.

Bogotá tiene que tomar la bandera en el cambio de cultura y en la implementación de estrategias innovadoras y de gobernanza en los sistemas de abastecimientos de alimentos. Promoviendo el desarrollo de mercados barriales, ferias itinerantes de productores o de agricultura urbana, e incluyendo al sector privado para comprometerlos y garantizar la accesibilidad a alimentos saludables y a precios posibles. Hay que fortalecer la alianza con los bancos de alimentos, que son actores centrales en la intermediación entre las pérdidas o desperdicios rescatables y la población de más bajos ingresos.

Otra idea muy sencilla son las neveras comunitarias. Estas estarían instaladas en las tiendas de barrios y los vecinos podrían poner en ellas los alimentos que creen que no van a consumir y que están en buenas condiciones para que quienes necesiten y quieran tomarlos. En Argentina ya funcionan con resultados positivos.

Debemos asegurar la disponibilidad, el acceso y la utilización, estable en el tiempo, de los alimentos. Nadie en Colombia debería pasar hambre. Empecemos por generar una gran campaña: Barriga llena, Bogotá Contenta.

Idea millonaria: reciclar

Por: David Luna
dluna@mit.edu

Bogotá es una ciudad de contrastes y con dos caras. Para la muestra: las diferencias abismales entre los barrios de la ciudad. Entre muchos aspectos que hay para combatir la desigualdad también está el acceso a la vivienda propia. Sí, hay que seguir construyendo casas y asegurar un techo a las familias, pero también podemos mejorar y embellecer los barrios, es una estrategia económica y de alto impacto en la calidad de vida.

Según Camacol, la mitad de las viviendas que se construyen cada año en la capital obedecen a procesos no formales. Este aspecto termina siendo más oneroso, formalizar una vivienda cuesta 250% más que haberla construido adecuadamente desde el principio. Además, la mayoría no tienen acceso a servicios públicos, colegios o transporte.

Todos en Bogotá merecemos vivir en espacios agradables. Con un programa muy sencillo de gestionar como es el de mejoramiento de barrios, lograremos un efecto importante: que los ciudadanos nos apropiemos de los espacios, los mantengamos y queramos hacer de ellos mejores lugares. Hay que fomentar el amor por los barrios, cuidarlos y quererlos como lo hacemos con nuestras casas. Si las personas se apropian de los problemas de su barrio, entienden los problemas de la ciudad y se convierten en actores claves para encontrar soluciones.

Mejorar los barrios no es tan costoso como se cree, es simple y tiene un impacto muy positivo en la calidad de vida. No se trata solo pavimentar vías, también es pintar fachadas, arborizar, crear espacios para distintas actividades, iluminar las calles, mantenerlas limpias, instalar zonas de acceso a wifi gratuito, centros comunitarios de internet que cuenten con equipos tan básicos como computadores, impresoras y zonas de juego, instalar frentes de seguridad ciudadanos, entre otros.

Los barrios se deben construir de manera holística con servicios públicos, seguridad, acceso cercano a transporte público, colegios cerca, guarderías para que los papás puedan ir a trabajar tranquilos, y un hospital o un centro de salud para atenderlos. Esto indiscutiblemente hace mucho más fácil la vida de la gente.

Las obras que se hagan en los barrios deben ser con saldo social, es decir, una obra donde la comunidad es el actor principal ya sea ayudando con el diseño o con la ejecución de la misma. Hay que gestionar los recursos para que por lo menos en cada barrio haya una obra de ese tipo. La implementación de una figura, que incluí cuando fui concejal en 2000 y que hasta hace muy poco se dio su reglamentación, como los Demos, es muy oportuna porque se entrega a la comunidad un bien que recientemente ha sido intervenido o mejorado para que ellos trabajen conjuntamente en administrar y determinen que acciones o eventos se pueden realizar en este bien o espacio público y usufructuarlo, es decir, para recibir o ganar unos recursos que tienen que ser reinvertidos en el mantenimiento de ese espacio público que administran. Así garantizamos la sostenibilidad de las obras.

Mejorar los barrios es dar la oportunidad de desarrollar un proyecto personal, familiar y de construir comunidad. Lo había mencionado en una de mis columnas anteriores, las personas se están yendo de Bogotá y una de las razones, es la poca calidad de vida que les estamos ofreciendo. Tenemos que poner los servicios de la ciudad al alcance de las personas y comenzar a construir una ciudad donde las personas tengan oportunidades. Necesitamos escribir la historia de una sola Bogotá.

¡Madre mía!

Por: David Luna
dluna@mit.edu

Históricamente el día de la madre ha sido en uno de los días más violentos del año en el país. Es asombroso y contradictorio: el día que destinamos para demostrar gratitud y amor a nuestras madres por su cariño y entrega, se convierte a la vez en el día en que herimos profundamente su corazón con nuestras acciones. En la última década fallecieron más de 1.360 hombres por las riñas registradas y 127 mujeres también fueron víctimas fatales.

Si el record del día de la madre nos deja boquiabierto, les comparto estas cifras de la Cámara de Comercio de Bogotá: en la ciudad las 74.624 riñas son causa de violencia, desintegración social y en muchas ocasiones terminan en homicidios. Hay desinformación sobre las causas y el tipo de conflictos más recurrentes, porque en muchos casos los bogotanos no hacemos nada: ni nombramos, ni señalamos, ni reclamamos los intereses pacíficamente. Por ejemplo, solo el 32% denuncian y solo 18% lo hacen a través de la aplicación Adenunciar. Esto demuestra dos cosas: la desconfianza de las personas en el sistema judicial y la insuficiencia del sistema para absorber y resolver estas situaciones. Se necesita, entonces, implementar y mejorar los mecanismos de resolución de conflictos.

En el Distrito se han hecho esfuerzos por garantizar la justicia y encontrar soluciones a los conflictos. En 2014, por ejemplo, se inició un Programa de Mediación Policial que ha graduado a más de 160 policías y sensibilizado a 800 en técnicas de resolución de conflictos. Existe “Adenunciar” que es el Sistema Nacional de Denuncia Virtual, esto permite identificar delitos, para que así la administración utilice sus recursos y redirija la política pública eficientemente para combatir los conflictos. De ninguna manera hay que desechar estos programas sino impulsarlos y construir sobre lo construido.

La mayoría de los problemas que radican en el país tienen que ver con la justicia, la impotencia que genera y la necesidad de resolver un conflicto. Un caso que se puede replicar es el de los métodos alternativos de solución de controversias virtuales cuando la disputa sea apropiada para ello. Por ejemplo, —guardando las proporciones y complejidades—, EBAY creó una plataforma de resolución de conflictos online y actualmente resuelve 60 millones de disputas anuales y la Superintendencia de Industria y Comercio implementó un sistema en que se puede denunciar y demandar a través de su página. En Bogotá no hemos experimentado este tipo de sistemas virtuales de solución de conflictos que ahorren tiempo, sean eficientes y conecten a las partes para resolver disputas que pueden, entre otras, descongestionar el sistema judicial y aumentar la confianza al ciudadano. Bogotá puede y debe convertirse en una ciudad de vanguardia en Online Dispute Resolution (ODR), que no es otra cosa que poner la tecnología al servicio de la gente.

Y claro, seguir fomentando la denuncia online, la ciudad necesita información no solo respecto de los delitos que se cometen, sino los conflictos que se producen. Esta categoría más amplia permite desescalar y prevenir los delitos. Hay que entender que la paz también empieza en casa y que mejorar la justicia también se logra con desarrollar otros métodos de solución de conflictos pacíficos. En la forma como nos relacionamos con los otros para ser capaces de convivir en un espacio que todos queremos mejorar.