El QS World University Ranking, en su versión 2019, consideró al Massachusetts Institute of Technology (MIT) la mejor universidad del mundo. Si MIT fuera un país, sería la novena economía del mundo, gracias al gran número de emprendimientos y empresas exitosas que han nacido y se han consolidado en su campus. Alrededor de 30.200 compañías activas en todos los sectores de la economía global nacieron en esta prestigiosa institución, y hoy tienen 4,6 millones de empleos y reportan ingresos anuales por US$1,9 billones.
El éxito de MIT radica en el impacto que sus proyectos tienen en los problemas del mundo real. La universidad entrega las herramientas a sus estudiantes para que creen sus propios emprendimientos, cuenta con laboratorios de investigación, facilita los viajes de estudio y tiene una buena oferta de fellowships que preparan líderes para el servicio público. Su filosofía se basa en el conocimiento aplicado, por eso incentiva a sus estudiantes a crear proyectos y los ayuda a hacerlos realidad.
Cada vez más colombianos tienen la posibilidad de estudiar en el extranjero y entrar a las mejores universidades del mundo. Hoy 43 cursan estudios, dictan clases o desarrollan investigación en MIT e incluso algunos de ellos han recibido galardones por su liderazgo y proyectos.
Para cada uno de ellos MIT era un gran sueño lejano; sin embargo, entrar a esta prestigiosa universidad les resultó mucho más fácil de lo que ellos mismos creían. La barrera económica para hacer parte de este tipo de instituciones cada día se debilita más, la prueba ardua de este proceso está en probar el conocimiento, por eso lo único que se requiere es talento, disciplina y ganas. Hablamos con 14 de estos brillantes estudiantes que inspiran mientras dejan el nombre de Colombia en alto.
Ariel Olivo (1)
Nació, creció y estudió en Barranquilla. Ingeniero Mecánico de la Universidad del Norte. Luego de trabajar en el sector minero, en el Cerrejón, cursó una Maestría en Ingeniería Mecánica en el École Nationale Supérieure de Mécanique et des Microtechniques en Francia. Ha desarrollado su experiencia profesional principalmente en gerencia de proyectos de energía renovables y de infraestructura. En MIT se encuentra realizando Sloan Fellows MBA, y ha enfocado sus estudios en Emprendimiento e Innovación. Después del MBA, le gustaría trabajar en una startup de tecnología que quiera expandirse en América Latina.
Lucas Ramírez (2)
Pereirano, se graduó en Negocios Internacionales de la Universidad EAFIT de Medellín, tiene un MBA en Finanzas de NYU y actualmente es candidato al Sloan Fellows de MIT. Cuenta con más de 15 años de experiencia en el sector financiero, en mercado de capitales y finanzas corporativas. Durante su trayectoria profesional ha participado en transacciones de mercado de capitales y fusiones y adquisiciones por un monto superior a US$5.000 millones. En MIT está complementando su experiencia y conocimiento en finanzas con temas de estrategia, operaciones, innovación y emprendimiento. También explora la intersección de finanzas y tecnología.
María Alejandra Castellanos (3)
Nació en Cali, es química de la Universidad Icesi. Actualmente es estudiante de doctorado de primer año en Química en MIT. Trabaja en el área de Química Teórica, que busca emplear herramientas computacionales para estudiar las propiedades, dinámica y principios básicos de diferentes sistemas químicos. Su trabajo en MIT es un proyecto en colaboración con otros laboratorios en el Departamento de Química e Ingeniería Biológica, donde buscan crear estructuras controladas de ADN y cromóforos mediante una técnica denominada “DNA Origami”, con el fin de crear sistemas que se puedan usar para la computación cuántica. Antes de iniciar su doctorado en MIT, participó en proyectos de investigación en la Universidad Icesi y University of Rochester.
Guillermo Marroquín (4)
Economista y Administrador de Empresas de la Universidad de los Andes, y máster en Banca y Finanzas Corporativas de ESC Toulouse. Actualmente cursa segundo año del MBA en MIT. Allí se enfoca en nuevas tecnologías financieras para América Latina, lidera el emprendimiento en fintech para MIT, y es co-presidente del LatAm Club. Antes de comenzar sus estudios en MIT, Guillermo trabajó 6 años en el sector financiero y dejó su trabajo en el banco UBS en Nueva York para estudiar temas de emprendimiento, tecnología e inclusión financiera.
Sebastián Bello (5)
Estudió Ingeniería Química en la Universidad Nacional, se especializó en Ingeniería de Operaciones en la Javieriana y en Administración Financiera en la Universidad de los Andes. Tiene 12 años de experiencia en supply chain en diferentes industrias. Realizó un Micromaster online en MIT, el cual le abrió el camino para aplicar a la maestría en Supply Chain Management que cursa actualmente. También se encuentra desarrollando proyectos con dos empresas en Estados Unidos para mejorar la eficiencia de sus cadenas de abastecimiento.
Marcela Ángel (6)
Arquitecta de la Universidad de los Andes con Maestría en Planeación Urbana de MIT. Es investigadora asociada en el MIT Environmental Solutions Initiative y gerente del Programa Clima, Equidad y Desarrollo Sostenible, una colaboración entre investigadores del MIT y organizaciones colombianas para diseñar e implementar modelos de desarrollo inclusivos, apalancando el uso de tecnologías participativas y la co-creación de soluciones ante retos ambientales y sociales relacionados al cambio climático, la deforestación y conservación de biodiversidad en Colombia. Su investigación reciente incluye el diseño de un modelo para focalizar intervenciones paisajísticas en Bogotá, con el fin de generar una distribución más equitativa del arbolado público como estrategia de mitigación y adaptación al cambio climático.
Juan Cristóbal Constain (7)
Graduado de la Maestría en Planeación Urbana de MIT con énfasis en desarrollo económico y comunitario y del programa de pregrado en Gestión y Desarrollo Urbanos de la Universidad del Rosario. Es gerente de Innovación Regional en CoLab, enfocado en el diseño e implementación de programas de construcción de capacidades y desarrollo de liderazgo que desarrollen la democracia económica y la autodeterminación. Ha concentrado su trabajo en los últimos años en la región del Pacífico colombiano donde CoLab ha llevado a cabo tres programas con líderes en Buenaventura y Quibdó desde 2014. Enfoca su trabajo, investigación y práctica en la relación entre la innovación y la desigualdad y las condiciones que pueden soportar el avance de la democracia económica a través de la innovación y el emprendimiento.
María Paula Castillo (8)
Ingeniera Civil con una Maestría en Economía de la Universidad de los Andes. En MIT estudia un MBA, con el foco en temas de tecnología y transporte. Durante el programa hizo una pasantía como gerente de proyectos en Tesla. Actualmente lidera el 2019 MIT Sustainability Summit que para este año tiene como tema el transporte sostenible, en especial en los impactos y las limitaciones de las nuevas soluciones tecnológicas en la movilidad. Tuvo experiencia antes del MBA principalmente en consultoría, primero en el sector de transporte y luego en consultoría estratégica.
Julián Ortiz (9)
Nació y creció en Cali. Estudió Economía e Ingeniería Industrial y una Maestría en Economía en la Universidad de los Andes. Desarrolló una pasión por la agricultura gracias a sus abuelos, que eran campesinos en el Valle del Cauca. Antes de unirse a MIT Sloan para estudiar un MBA, trabajó como consultor en McKinsey & Co, y como gerente de Proyectos para una compañía de biotecnología en América Latina. En Sloan lideró la primera gira de estudios sobre agricultura sostenible en Colombia, fue finalista en la competencia Nacional de Patagonia y es el co-presidente del Club de Agricultura de MIT. Adicionalmente se encuentra cofundando “AdaViv”, un software para la gestión eficiente de cultivos que ayuda a los cultivadores a mejorar sus ganancias hasta en 30%.
Samantha Gutiérrez (10)
Ingeniera Biomédica del Tecnológico de Monterrey y asistente de Investigación en el Laboratorio de Biomecatrónica del MIT Media Lab. Actualmente trabaja en varios proyectos centrados en un nuevo paradigma quirúrgico que preserve antes de la amputación de una extremidad las relaciones musculares dinámicas para que los pacientes controlen sus prótesis con señales neuronales nativas. Antes de unirse a MIT, trabajó en Northeastern University en explorar los efectos psicológicos y de comportamiento de los medios interactivos en niños con sobrepeso. Allí realizó múltiples análisis y recopilación de datos electrofisiológicos y participó en investigaciones sobre el trastorno del espectro autista en Yale Child Study Center y desarrollló herramientas de aprendizaje y dispositivos de investigación.
Germán Parada (11)
Ingeniero químico de Iowa State University, estudió becado gracias a su desempeño académico. Después de terminar su pregrado, comenzó sus estudios de doctorado en MIT, al trabajar en el departamento de Ingeniería Mecánica, donde conseguirá su PhD en 2019. Su investigación abarca la síntesis, fabricación y caracterización de materiales “suaves”, con énfasis en el desarrollo de nuevas tecnologías en el campo de dispositivos médicos para mejorar el bienestar de los pacientes y disminuir las complicaciones hospitalarias. Durante su posgrado ha estado involucrado en el gobierno estudiantil, donde ha desarrollado programas para orientar a los nuevos estudiantes y para incrementar la diversidad y bienestar de los estudiantes de posgrado en MIT.
Luz Elena Grisales (12)
Barranquillera de solo 17 años, estudia de primer año de pregrado en MIT. Participó por cinco años en olimpiadas de matemáticas a nivel internacional y decidió que quería dedicarse a la academia. De ese modo, en décimo se trazó el objetivo de ir a estudiar a MIT. Para ingresar primero aplicó y cuando la admitieron elevó una solicitud de ayuda financiera. Por eso sostiene que “lo difícil es pasar» para cumplir el sueño. Está interesada en estudiar matemáticas y ciencias computacionales. Actualmente trabaja como asistente de laboratorio en Fundamentals of Programming, uno de los cursos de EECS. Aparte de las ciencias matemáticas y computacionales, le interesa la educación.
Sebastián Pérez (13)
Arquitecto de la Universidad de los Andes. Trabajó en investigación urbana, diseño arquitectónico institucional y desarrollo residencial en Brasil y Colombia. Actualmente cursa una maestría en desarrollo inmobiliario y es investigador del MIT Real Estate Innovation Lab, donde estudia el ecosistema de emprendimiento, innovación urbana e inversión privada como vehículos que impulsan el acceso universal a vivienda de calidad. Sostiene que los laboratorios son unas de las mejores opciones para obtener ayuda financiera para iniciar un postgrado en MIT.
Sebastián Palacios (14)
Ingeniero de Herramientas Biológicas y Electrónicas para aplicaciones en salud humana y candidato a Ph.D. en Ingeniería Eléctrica y Ciencias de la Computación en MIT, donde se enfoca en el uso de la ingeniería y las ciencias de la computación para diseñar la computación biológica y el control en células vivas. Es aprendiz del programa de capacitación en Ingeniería Neurobiológica del MIT y del programa de Educación de posgrado en Ciencias Médicas de MIT en colaboración con la Escuela de Medicina de Harvard. La institución educativa ha reconocido su liderazgo. Por eso recibió un galardón del MIT University Center of Exemplary Mentoring por su excelente desempeño en su programa de posgrado. Además, ganó un Premio Nacional de Investigación NIH por su potencial para moldear el futuro de la neuromedicina, entre otros reconocimientos. Se desempeña actualmente como presidente de la Junta de Liderazgo Estudiantil en el Centro de Biología Sintética de MIT, y es un miembro graduado de la Fundación Nacional de Ciencias.
La semana pasada escribí sobre la desigualdad verde y quiero seguir llamando la atención sobre este tema. Partamos de que en Bogotá necesitamos sembrar por lo menos un millón de árboles. Plantados en los lugares correctos, los árboles pueden hacer de las ciudades espacios más saludables y proveer una mejor calidad de vida para los ciudadanos. El problema es que, en las localidades de menores ingresos en el suroccidente de la ciudad, donde hay 20 o 14 personas por cada árbol en vez de 3 como lo recomienda la OMS, no hay suficiente espacio disponible para sembrar los que se necesitan. Por lo menos, no sin afectar la calidad urbanística de los parques o a costa de otros servicios recreativos. Aclaremos: no se trata de llenar los parques de árboles. Sabemos que en el clima bogotano tener espacio para recibir el sol es una característica de los mejores parques. Se trata de plantarlos inteligente y focalizadamente, para acabar con la desigualdad verde e inequidad ambiental.
A pesar de esfuerzos recientes del Jardín Botánico por mejorar la arborización en localidades como Ciudad Bolívar, el reto que la entidad viene enfrentando es que en las áreas donde esta puede y debe plantar, como separadores viales, andenes, alamedas y parques de bolsillo; no hay suficiente espacio disponible para sembrar los árboles que se necesitan. Y, a pesar de tener una base de datos extensa sobre el arbolado público, los datos no son lo suficientemente precisos y actualizados para tomar decisiones estratégicas a escala micro. Para plantar un millón de árboles con un impacto real, necesitamos estrategias radicales para crear más espacio verde y mejores herramientas tecnológicas para la toma de decisiones ambientales.
Saber cuántos árboles hay y dónde están ubicados puede ser más difícil y costoso de lo que parece y puede tomar años. Por eso, cada vez más, las ciudades usan de tecnología de punta para hacer inventarios sobre el arbolado público. Combinando entre imágenes satelitales, drones, e inteligencia artificial, es posible tener un mapa preciso y actualizado para identificar patrones de desigualdad y focalizar las iniciativas de plantación.
También, necesitamos estrategias radicales para crear más espacios verdes a corto y largo plazo. Aplicar los avances y complementar la norma urbana para a futuro no repetir errores que perpetúan la desigualdad verde: desde asegurar un crecimiento ordenado y sostenible a nivel regional hasta pedir que cada nuevo colegio, parqueadero, parque o edificio tenga una estrategia paisajística integrada.
De forma inmediata, necesitamos recuperar y transformar espacios existentes. Para esto debemos promover un uso más eficiente del espacio a escala micro y reclamar espacios residuales y sub-utilizados, acabar con los separadores viales de solo concreto, reducir el ancho de las vías donde no afecte el tráfico, reverdecer espacios de parqueo o cubiertas y acabar con los parques que no tienen ni un árbol.
Esta es una oportunidad para trabajar con las comunidades y crear conciencia sobre la importancia de la naturaleza y el impacto de nuestras acciones en el planeta. No olvidemos que la biodiversidad es una de las principales riquezas de nuestro país, y nuestras ciudades no deberían alejarse de este contexto. Por eso, hagamos una campaña de siembra masiva, pero hagámoslo de forma inteligente, participativa, biodiversa, y ante todo equitativa.
En Bogotá el verde, es decir la vegetación, está distribuida de manera muy desigual. Esto es un problema serio pues los parques y árboles no son solo cuestión de estética, si no que impactan las condiciones ambientales, la salud pública y la calidad de vida de la gente. Además de proveer espacios para caminar, relajarse, y hacer ejercicio, estudios demuestran que los parques tienen importantes beneficios para regular efectos del cambio climático. También sostienen que los árboles en la ciudad filtran el aire y capturan el material particulado junto con otros tipos de polución. Está probado que los árboles ayudan a reducir el estrés, están asociados a menores tasas de obesidad y enfermedades respiratorias, y hasta previenen muertes de peatones. Por eso, es fundamental que todos podamos disfrutar esos beneficios y no sólo los más ricos y privilegiados.
En los barrios de menores ingresos y donde se ubica la población más vulnerable a las presiones ambientales y de salud, es donde tenemos menos verde. Según la investigación de la Planificadora Urbana del MIT, Marcela Ángel, el problema de la falta de espacios verdes y árboles en Bogotá no es sólo un problema de déficit si no de equidad ambiental. Mientras el área de parque por habitante en Teusaquillo es mayor a 10m2 por habitante, en localidades como Usme, Ciudad Bolívar entre otras, es menor a 3m2 por habitante.
No todos los ciudadanos tienen un parque cerca de sus casas al que puedan ir en menos de 10 minutos caminando. Especialmente, en las localidades de menores ingresos. Aún peor, los parques de estas localidades tienen menos árboles por hectárea de parque. Es decir, no sólo no hay suficientes parques, si no que los parques que hay no tienen suficientes árboles. En Bogotá hay alrededor de 800 parques sin árboles, y están ubicados de forma desproporcionada en Ciudad Bolívar.
Tenemos aproximadamente 1,3 millones de árboles y un promedio de 6 habitantes por cada árbol. Pero mientras en Bosa hay un árbol por cada 20 personas, y en Ciudad Bolívar y los Mártires uno por cada 14, en Santafé, Teusaquillo y Chapinero hay uno por cada 3 que es lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud. Necesitamos por lo menos un millón de árboles para acercarse a los estándares recomendados a nivel internacional.
Vivimos un momento en el que la calidad del aire alcanza niveles críticos cuando hay pocos vientos, como sucedió en febrero, entonces la desigualdad verde también se convierte en un problema de (in)justicia ambiental. Las poblaciones más vulnerables sufren desproporcionadamente los efectos negativos de la polución. Precisamente este problema es particularmente crítico en el suroccidente de Bogotá, en las mismas localidades dónde la mortalidad infantil presenta las tasas más altas. Según estudios recientes, Bogotá es la tercera ciudad global con más casos de asma por polución en niños.
Plantar árboles es una de las estrategias más costo-eficientes para mejorar la calidad del aire. Adicional a los beneficios para la salud, plantar árboles trae co-beneficios como el secuestro de carbono, la mitigación de escorrentías y la conservación de la biodiversidad en zonas urbanas. Esto hace que esta solución sea también una estrategia natural de mitigación y adaptación al cambio climático, con beneficios en el futuro.
Sin embargo, plantar un millón de árboles de la manera como lo venimos haciendo o proponiendo no va a solucionar el problema de la desigualdad verde. Los principales beneficios de cada árbol se concentran en los 300 metros alrededor del mismo. Por eso, es necesario plantarlos de forma inteligente y focalizada en donde más se necesitan y no sólo donde hay espacios disponibles.
Bogotá es una ciudad preciosa con un potencial increíble. Siempre hay un plan para hacer, tiene las mejores universidades del país, ofrece eventos culturales de talla internacional, oportunidades de negocios y trabajo. Pero no se puede tapar el sol con un dedo, también es una ciudad difícil: los trancones son interminables, la inseguridad persiste, el transporte público se quedó corto. Bogotá no brinda la calidad de vida suficiente que demandan sus habitantes, y por eso la gente está migrando a otros lugares.
Según la encuesta Bogotá Cómo Vamos 2018, casi la mitad de los bogotanos (46%) han pensado en irse a vivir a un municipio cercano, principalmente por cuenta del incremento en el costo de vida (33%), la inseguridad (30%), y las dificultades históricas en movilidad (13%).
Pero la gente no solo está pensado en irse, ya empezó a irse. La migración fuera de la ciudad ha disparado el desarrollo urbano de los municipios vecinos y consolidado las “ciudades dormitorio”, es decir ciudades donde la gente vive y duerme, pero trabaja en Bogotá. Según un estudio de Idom Colombia, la población de 20 municipios de la Sabana casi se triplicó en las últimas dos décadas, pasando de 722.000 a casi 2 millones de personas, mientras que la capital pasó de tener 5,6 a 8 millones de habitantes aproximadamente.
Indiscutiblemente, el crecimiento urbanístico es algo positivo. El problema surge cuando éste no sucede de manera organizada, poniendo en riesgo la sostenibilidad de la región y la calidad de vida de sus habitantes. Mientras que Bogotá crece de manera relativamente compacta, los municipios vecinos se están desarrollando como un archipiélago de islas desconectadas.
El impacto financiero de esta dinámica es fuerte para Bogotá, ya que la gente compra vivienda y paga sus impuestos en otra ciudad, utiliza los servicios que ofrece la capital, pero no le retribuye lo suficiente. Para las “ciudades dormitorio” también hay realidades preocupantes, especialmente en materia de servicios públicos y transporte: por ejemplo, según el informe de calidad de vida Sabana Centro Cómo Vamos 2017, ninguno de los 11 municipios de la provincia ha logrado la cobertura universal en su red de alcantarillado; por otra parte, El 45% de los habitantes de la provincia que se desplazan hacia Bogotá tarda más de una hora y media en llegar a su destino, y el 28% entre una hora y noventa minutos.
Es urgente que se trabaje en un modelo de gobernanza regional, creando una autoridad metropolitana de planeación, fundamentada en dos principios: enfoque regional y colaboración. Los próximos alcaldes de Bogotá y de los municipios de la Sabana tienen la importante misión de mejorar la conectividad y la movilidad intrarregional, impedir la degradación del entorno ecológico, eliminar la segregación socio-espacial, y evitar una posible saturación en la provisión de servicios públicos, entre otros retos. Será difícil poner a todos de acuerdo, sí. Pero tenemos que exigirles a los candidatos que se comprometan a poner los intereses de los ciudadanos por encima de sus vanidades políticas.
Bogotá no puede ser incapaz de garantizar calidad de vida para su gente, tiene todo el potencial para hacerlo. Debemos pensar en grande y fijar una meta de largo plazo, con visión regional, para que Bogotá vuelva a ser la ciudad vivible y amable que era.
En 1998, por primera vez, se habló de vender la Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá -ETB-. Hoy, 21 años después, se sigue hablando del mismo tema. Luego en la época en que Mockus era alcalde, se decidió democratizar el 10% y, en ese momento, estuve de acuerdo con la transacción, pero pasadas dos décadas desde que se abrió su primera discusión las cosas han cambiado sustancialmente. Hoy, las circunstancias me hacen pensar distinto y estoy convencido de que la decisión correcta es no vender la empresa.
En primer lugar, los ingresos para Bogotá no serían los esperados. Precisamente toda la incertidumbre que se generó con su venta hizo caer el precio de sus acciones y la empresa se desvalorizó a pesar de que su EBITDA creció. En segundo lugar, y quizá el argumento más importante, es que la ETB cuenta con unos activos valiosos que la ciudadanía no conoce y por tanto no sabe el tesoro que aloja esta empresa, que puede ser la joya de la corona de Bogotá.
La tecnología va a ser un aliado fundamental en el desarrollo de Bogotá en los próximos años y la ETB tiene con qué responder a estos cambios. Por eso no podemos tomar una decisión que nos haga perder esta oportunidad. Hace unos años, la ETB tomó la determinación estratégica a futuro y fue el desarrollo de una red de fibra óptica que remplazó gran parte de los viejos cables de cobre que nos conectaban. Eso permite la prestación de mejores servicios de banda ancha a los hogares y empresas en Bogotá. En 2018, un 63% de la ciudad estaba cubierto por esta red, con lo cual 1.3 millones de hogares tenían la posibilidad de usarla y 338 mil usuarios se encontraban ya conectados a la misma. Ahora el reto es lograr que en todas las localidades de la ciudad que ya están conectadas a dicha red se aumente el acceso y uso de la misma, en algunos casos gratuitamente si los servicios están asociados a educación, emprendimineto o entrenamiento.
Lo que sucede después de conectar un territorio es que la gente se apropia de la tecnología, en otros términos, empieza a usarla, a sacarle provecho y a acceder a millones de oportunidades que van desde la comunicación, el acceso a información y a la educación; para hacer trámites, participar, hacer negocios, emprender, hasta montar empresas digitales. Por eso, hoy la ETB viene jugando un papel fundamental al ser la herramienta que está creando nuevas oportunidades en los hogares de las distintas localidades de la capital. Las cifras hablan por sí solas: en los últimos tres años crecieron en clientes de tecnologías nuevas, por ejemplo, en fibra óptica pasaron de 108 mil a 338 mil y en servicios móviles de 390 mil a 486 mil.
Por lo anterior, sostengo que se convierte en la joya de la corona, porque el potencial de la infraestructura que la ETB montó en la ciudad se traduce en desarrollo para Bogotá. Gracias a esto se puede iniciar un verdadero proyecto de Bogotá como una ciudad inteligente que permita el envío y la recepción de datos, sobre la que se soporten miles de sensores, así como dispositivos, plataformas, aplicaciones. Además, permitirá conectar con la mejor tecnología 40 laboratorios de emprendimiento, dos por cada localidad, para el desarrollo de contenidos digitales, que es una de la industrias que más crece a diario en el país. Por ejemplo, gracias a la ETB dentro de poco se conectarán más de 4.000 cámaras (y debemos llegar a 10 mil) que harán un gran sistema de videovigilancia para el cuidado de la ciudadanía, y también se soportará la red de semáforos inteligentes con sensores totalmente interconectados. Todo esto aporta al fortalecimiento de la seguridad y de la movilidad, a través de un esquema articulado de vigilancia y control mucho más avanzado.
Apoyarse en la ETB es una gran decisión. La tecnología ya no es un lujo, sino una necesidad, y esto hace que sea obligación de la administración pública ponerla al servicio de la gente si quiere hacer ciudades más democráticas. El reto está en saber darle el valor que tiene para poder cambiar y hacer más fácil la vida de los bogotanos: fortalecer la empresa para aprovechar 5G, internet de las cosas, y claramente, lo principal, que la gente cada día tenga más velocidad en su internet. Así que, bienvenidos los socios estratégicos, pero la ETB es un activo de Bogotá y no se vende.
Vuelvo y repito: si intentamos lo mismo obtendremos los mismos resultados. La lucha contra la desigualdad va más allá de exigir acceso a la universidad o a un computador. Para reducir la pobreza necesitamos priorizar la franja de mayor impacto y los estudios sugieren que son los cinco primeros años de edad de una persona.
Al construir un edificio ¿qué es lo más importante? Las bases. Si los cimientos son fuertes, la construcción puede que tenga muchos años, pero no tendrá mayores problemas. Si las bases quedan mal, por más que tenga bonita fachada, muy probablemente tendrá varios problemas a futuro.
Asociamos la desigualdad a la distribución de ingreso, pero realmente comienza mucho más temprano. Según el Centro para el Niño en Desarrollo de Harvard, durante los primeros cinco años de vida se generan el mayor número de conexiones cerebrales: más de 1 millón cada segundo, desarrolla 90% del cerebro y las bases para el desarrollo cognitivo y emocional. Esto quiere decir que si un niño nace en un hogar vulnerable y recibe menos atención en sus primeros años, verá limitado su futuro, perpetuando la desigualdad.
Bogotá ha hecho avances importantes en aumentar la atención integral en la primera infancia, pero la cobertura está lejos de llegar a 100% y solo construyendo nuevos jardines sociales no vamos a lograrlo ni siquiera en los próximos 20 años. Por eso debemos tener presente la estrategia nacional “De cero a siempre”, las experiencias locales y los ejemplos internacionales con resultados probados. Pero la labor también debe venir de las familias.
Muchas veces los papás no saben cómo abordar temas fundamentales como la estimulación temprana. Los estudios indican que cuando los padres tienen buena información, sus actitudes y decisiones favorecen a sus hijos. Por eso, propongo que con tecnología básica, barata y accesible -como los mensajes de texto- se genere una alternativa para que los papás y cuidadores reciban en su celular consejos fáciles de implementar con sus hijos. Esto puede parecer arcaico, pero es una gran herramienta complementaria para la política de primera infancia.
¿Cómo funcionaría? Desde el momento en que arranca el embarazo las mamás quedarían registradas en el sistema y recibirían mensajes de texto, por cinco años, acordes a la etapa y edad del niño. Los padres tendrían información sobre cuál es la mejor alimentación, la importancia de la música, de hablarles desde los primeros días de vida, de darles espacio para el movimiento, entre otras cosas. ¿Qué padre no quiere lo mejor para sus hijos? ¿Acaso no nos gustaría que un experto nos guiara a diario sobre qué hacer y qué no hacer? Por ejemplo, ¿sabía que los niños disfrutan que sus padres les lean en voz alta desde las seis semanas de nacidos? ¿No? Ahora, ¿le hubiese gustado que esto se lo hubiesen informado? Bueno, es la respuesta a mi propuesta. Esto resultaría muy relevante para las familias de escasos recursos que no tienen acceso a la información que sí tienen las familias de más ingresos.
Los niños no votan, no se oponen, aún no se les ha despertado la rebeldía y no entienden las complejidades del mundo. Es nuestra responsabilidad como padres estar mejor informados para poder exigir por ellos y ser la voz que les ayude a tener más oportunidades. Invertir en los primeros años nos reducirá costos a futuro en educación compensatoria, salud e incluso el sistema judicial.