La fuerza bruta del Estado.

La fuerza bruta del Estado.

Por: Ernesto Forero

 

George Floyd fue la víctima fatal de una mala estrategia de estrangulamiento con rodilla ejercida por un oficial de policía de Minneapolis (Estados Unidos). Su muerte desató multitudinarias marchas por todo el país, las cuales han terminado con daños a propiedades públicas y privadas, así como en enfrentamientos violentos entre conciudadanos. En Colombia también hemos sido testigos de cómo la fuerza pública se ejerce con espantosa frecuencia de manera extralimitada. Todavía tengo en la retina la siniestra llave con la que fue sometido un vendedor ambulante en la ciudad de Bogotá por un oficial de la Policía.

Este tipo de situaciones siempre me han generado sentimientos encontrados, pues por un lado entiendo que en determinadas circunstancias las instituciones que ejercen la fuerza pública deben acudir a la abominable fuerza bruta, y por el otro, entiendo y comparto la frustración que sienten quienes expresan su reclamo por el resultado nefando del uso excesivo de la misma.

En el presente artículo haremos una reflexión sobre el nacimiento de la fuerza pública, así como del compromiso y la responsabilidad con que ésta debe ser ejercida, con el propósito de proponer algún camino de solución que permita conciliar el interés de todos.

El nacimiento de la fuerza pública está íntimamente ligado al concepto de nacimiento del Estado como un ente distinto de los ciudadanos, resultado del hoy tan nombrado Contrato Social. En virtud de dicho contrato, los ciudadanos se comprometen entre sí a reconocer la existencia de un ser distinto de ellos, en quien depositan derechos y prerrogativas individualísimas, de las cuales se desprenden en virtud de tal depósito. Uno de esos derechos y prerrogativas es la de procurar la seguridad y defensa individual.

En el principio de los días, en un mundo sin Estado, la salvaguarda de la seguridad y defensa personal era ejercida por las mismas personas de manera directa. En un escenario familiar, esta salvaguarda era ejercida a través del padre, del tío, del abuelo, o de cualquier otro miembro de la familia que, por alguna circunstancia de poder, esencialmente la fuerza, era llamado a ejercerla. Así, si la hija del padre era ofendida por alguna otra persona de la tribu, pues aquel se batía a golpes con éste hasta que la ofensa quedara saldada. Los demás miembros de la tribu probablemente pensaran que así debían ser las cosas.

El nacimiento del Estado implicó un traslado por parte de los ciudadanos de ese deber de salvaguarda, aun incluso, en perjuicio de las mismas personas que lo realizaron. Así, en el ejemplo anterior, el padre ya no podía batirse a golpes con el ofensor, sino que era el Estado el llamado a ejercer la justicia en su lugar. Si el padre ofendido, aun así, intentaba ejercer la justicia por su propia mano, el Estado tendría que intervenir nuevamente, esta vez para reprender al inicialmente ofendido, quien ya no contaba con la prerrogativa de salvaguardar la seguridad y defensa de su familia por haberla trasladado.

Esta delegación de prerrogativas lleva implícita la expectativa legítima de que la misma será ejercida de manera correcta, oportuna y dentro de los parámetros que el mismo Estado hubiere establecido. Cuando el ejercicio de la salvaguarda de la seguridad y la defensa se ejerce de manera incorrecta por parte del Estado, pues esa expectativa legítima de la comunidad se frustra. Y, cuando la expectativa de quien delegó tal función queda frustrada, se presenta un cisma que invita al reclamo, a la protesta, a la marcha. Es entendible, aunque no justificable, que tal reclamo se haga con la violencia que produce la frustración, y peor aun cuando esta frustración es colectiva.

Ahora bien, dicho lo anterior, resulta procedente preguntarnos qué hacer para que el Estado recupere la confianza de los ciudadanos en que el ejercicio de las prerrogativas delegadas será ejercido, en adelante, de manera adecuada.

Por lo general, ante las frustraciones de la comunidad, los Estados ofrecen excusas y prometen llevar los casos individuales “hasta las últimas consecuencias”. Y, también por lo general, ese tipo de reacciones tiene el efecto contrario de reafirmar la frustración y adobarla con una rabia justificada. El problema, y por ende la solución, podría estar en la formación que están recibiendo las personas que personifican la fuerza pública y la llevan a las calles. Sí, los policías en todos sus niveles.

Realmente dudo mucho que todos los oficiales tengan claro el papel que juegan en el Estado. No cuestiono sus capacidades personales, ni que sean buenos tipos, ni mucho menos que estén bien preparados para el combate; a lo que me refiero es a la formación humanista y sociológica que debe tener todo oficial que ejerza una prerrogativa que la población misma le ha delegado. A la conciencia que deben tener de los deberes que deben iluminar el ejercicio de su cargo.

Un verdadero compromiso de las instituciones encargadas de ejercer la fuerza pública, además de un ofrecimiento de disculpas, sería “llegar hasta las últimas consecuencias”, pero no de una simple investigación sino de la formación humanista de todos los oficiales. Que este compromiso se traduzca en una revisión, ojalá pública, de los pénsum de formación de sus efectivos, de manera que la institución se obligue con la comunidad a graduar oficiales física y moralmente capaces de desenvolverse en situaciones que supongan dificultades físicas y también morales. Que garanticen un comportamiento acorde con la expectativa de los ciudadanos que le han encomendado el ejercicio de la seguridad y la fuerza.

En ningún momento se propone una renuncia al ejercicio de la fuerza por parte del Estado cuando las circunstancias así lo ameriten, lo que se propone es que no sea el mero ejercicio de una fuerza BRUTA.

*Director Temático para el Departamento del Magdalena

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La libertad de expresión en época de crisis

La libertad de expresión en época de crisis

Por: Ernesto Forero

En 1938 el poeta francés André Bretón, proclamado padre del surrealismo, viajó a México con el propósito de visitar a Liev Davídovich, mejor conocido como León Trosky, quien se encontraba exiliado en ese país. La visita del francés tenía como propósito fundamental la elaboración de un manifiesto dirigido a los escritores y artistas revolucionarios con el que llamarían a la creación de una Federación Internacional de Artistas Revolucionarios, para cuya construcción acudía al sabio consejo del revolucionario exiliado.

Un punto sobre el cual estribaron muchas horas de discusión entre Trosky y Bretón fue el de la independencia que debían tener los artistas para desarrollar su arte sin presiones intelectuales y mucho menos materiales. Se clamaba por una libertad dentro de la cual todo estaba permitido en el arte; dicha libertad sería la única salvación, argumentaban. Una de las expectativas que con dicho manifiesto querían satisfacer era la de gritarle al público que el arte podría servir de contrapeso para las organizaciones estalinistas y fascistas que empezaban a pulular en Europa.

Ya se escuchaban en Europa los rugidos de los tanques rusos y alemanes que empezarían a invadir países al este y oeste del conteniente, dando inicio a lo que terminaría siendo la Segunda Guerra Mundial.

Esa libertad que en aquel entonces demandaban los artistas autodenominados revolucionarios es uno de los derechos, tal vez el más importante, sobre los cuales están cimentadas las democracias. Tal libertad no sólo debe extenderse a las expresiones artísticas, sino a cualquier tipo de expresión individual o colectiva. No es posible concebir una democracia real sin libertad de expresión, por incómoda que en ocasiones resulte.

Durante la crisis desatada por la pandemia del coronavirus (COVID-19) no han sido pocas las voces que han llamado a una unidad y a un cese de hostilidades (principalmente mediáticas) contra los gobernantes de turno. El propósito de tal llamado es evitar que los gobernantes se desconcentren y desvíen energías en responder a tales hostilidades en lugar de invertirlas en la adecuada administración de la crisis.

No obstante la intención loable del llamado, debemos tomarlo con guantes de seda ya que puede contener una bomba antidemocrática en su interior.

Un tema coyuntural de la presente crisis es que se desató en una época muy próxima a las elecciones regionales (antes de cumplirse los 100 días) en las cuales los actuales gobernantes resultaron elegidos. Es usual que, durante los primeros meses, incluso durante el primer año, los recién elegidos gobiernen con un aura de gloria y perfección. Los apoyos populares recién ratificados en las urnas crean gobernantes empoderados y casi dictatoriales, quienes, ayudados por audaces asesores mediáticos y de imagen, despiertan aplausos y vítores ensordecedores en redes sociales.

Esta situación crea, per sé, condiciones propicias para que los gobernantes henchidos de apoyo popular trasciendan ciertas fronteras legales o ética (a veces ambas) impuestas por la misma democracia, con el funesto argumento de representar la voz del pueblo; argumento esbozado de manera impajaritable por dictadores de todos los talantes. Si a lo anterior se añade un llamado a la unidad de la comunidad, que lleve implícito un pacto de no agresión contra los gobernantes de turno en virtud del cual la libertad de expresión se auto amordace, estaremos creando el escenario perfecto para la eclosión de ilegalidades o en el mejor de los casos extralimitación de funciones a diestra y siniestra.

Una crisis como la actual exige de los ciudadanos, independientemente de la ideología política que profesen, un cumplimiento estricto de la ley, la cual conlleva el someterse a las decisiones que de manera legal hayan tomado los gobernantes actuales. No es momento de cuestionar su legitimidad, pues esta discusión se realiza a través de las urnas. Sin embargo, no podemos dejar que el buque de la democracia se escore hasta hacer agua, restringiendo cualquier expresión de libertad bajo la égida de la conveniencia de estar unidos.

La opinión en contrario, la crítica, la exigencia a que las cuentas se rindan y en general la supervisión directa de la comunidad a la gestión de los gobernantes, resulta fundamental para la democracia en condiciones de normalidad, y más aun en condiciones de crisis, pues es en condiciones extraordinarias que los mandatarios tienden a relajar su propensión al cumplimiento de la ley. Los gobernantes deben gobernar con la tranquilidad y la legitimidad que les prodiga el haber sido elegidos democráticamente, pero sin desmejorar los derechos de la población que le sirven de contrapeso y equilibrio.

Así como en 1938 los artistas clamaban por una libertad artística que les permitiera desarrollar su arte sin sujeción a los modelos estéticos o de conveniencia partidista, durante el COVID-19 debemos clamar por una protección y sublimación del derecho de libertad de expresión de los ciudadanos.

 

*Director Temático del Magdalena

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La libertad de expresión en época de crisis

El mínimo vital de agua potable

Por: Hugo Escobar Fernández de Castro

En mi calidad de profesor de Derecho Constitucional de la Pontificia Universidad Javeriana, quisiera invitar, en esta breve columna, a reflexionar sobre una necesidad básica insatisfecha: el agua potable. Hace 2 años, tuve la oportunidad de escuchar un elocuente debate de mi abuelo, entonces Senador, Hugo Escobar Sierra (1927-2003), oriundo de Plato, Magdalena, quien reclamaba en el Congreso de la República la atención nacional por falta de agua en algunos municipios del Departamento. Principalmente, le consternaban las “inundaciones del Río Magdalena”, con lo cual hacía hincapié en la paradoja que ocurría con aquellos municipios aledaños a la ribera, ubicados en el sur del Departamento (también conocida como la depresión momposina): en temporada de lluvia o invierno se inundaban por completo sin contar con la posibilidad de contener o recolectar una cantidad desbordante de agua, mientras que, en verano, la sequía y escasez imperaban de forma inhumana.

Me parece inverosímil que, transcurridos más de 30 años desde aquella denuncia pública, todo siga igual…

Es así porque nuestra lamentable realidad -macondiana- evidencia que, muchos samarios y magdalenenses, particularmente los más vulnerables, no tienen acceso al agua pese a la inmensidad del mar Caribe y de los caudales de agua provenientes del macizo litoral más alto del mundo -en amenaza ambiental-. Inclusive, en los actuales tiempos de anormalidad que vivimos cuya convivencia y solidaridad social exige lavarnos las manos constantemente para prevenir la pandemia, muchos no cuentan con el líquido vital.

Es que lavarse las manos es trascendental para prevenir la enfermedad infecciosa que nos ataca, por cuanto lo más común es que el virus COVID-19 entre al cuerpo a través del contacto de las manos con los ojos, la nariz o la garganta. Además de este relevante uso de tipo preventivo, indiscutiblemente, los individuos requerimos de disponibilidad, calidad y acceso al agua potable para el consumo humano (o la supervivencia), el saneamiento, la preparación de alimentos, la higiene (personal y en casa) y el lavado de ropa.

Sin perjuicio de lo anterior y de la conexidad del agua con otros derechos y libertades, mi tesis defiende la existencia de un núcleo duro o esencial del derecho fundamental cuyo contenido sea la garantía de un mínimo vital de agua potable para todos los seres humanos, es decir, el acceso a una cantidad mínima de agua que nos sea suficiente y apta para el uso (personal y doméstico) y prevenir enfermedades.

El fundamento jurídico de esta opinión se deriva de las obligaciones del Estado colombiano por la adhesión y ratificación del Pacto Internacional de Derechos Económicos Sociales y Culturales, así como de precedentes de la Corte Constitucional que han establecido la continuidad del servicio público de agua para personas especialmente protegidas por la Constitución (por ejemplo, niños, adultos mayores, personas en condición de discapacidad, mujeres cabeza de familia, población desplazada por el conflicto armado, etc.), que por fuerza mayor o necesidad no pueden hacer frente al pago de la factura mensual o se conectan irregularmente al sistema.

Ahora bien, la propuesta que hago en mi obra pretende incluso ir más allá, en el sentido que, progresiva y gradualmente, empezando por las personas más vulnerables, todos podamos acceder a un mínimo vital y gratuito de agua potable (establecido en 50 litros/diarios por persona según la OMS) el cual nos permita, al menos, subsistir como especie humana y prevenir enfermedades infecciosas. Este propósito implica pasar a entender el mínimo vital de agua como un bien común, público y, al menos, sustraerlo del comercio o de los intereses privados.

Aunque hoy, después de más de 30 años, estamos lejos de disfrutar de esta garantía básica de rango constitucional, como ciudadanos/usuarios tenemos derecho de exigirle permanentemente al distrito o municipio y a las empresas de servicios públicos domiciliarios, la adecuada y efectiva distribución y cobertura de agua apta para el consumo humano, bien sea desde tanques de almacenamiento o plantas de tratamiento hasta las acometidas domiciliarias. Para lo anterior, también debe responder de forma concurrente el Departamento y la Nación.

Independientemente de las múltiples causas que ocasionan la vulneración del derecho humano al agua potable en Santa Marta y el Magdalena, no sobra recordar que, en razón del inclemente calor del Magdalena, es inevitable que las personas demanden recursos adicionales de agua. Así, todas las autoridades responsables deben formular y ejecutar mancomunadamente una estrategia o plan de acción que reconozca este derecho humano, siendo especialmente rigurosos en: abarcar todos los aspectos del derecho al agua y las obligaciones correspondientes; definir objetivos claros; fijar metas y plazos para su consecución, políticas adecuadas con base en niveles de referencia e indicadores estándar. En adición, las autoridades ambientales deben aunar esfuerzos en verificar las concesiones por extracciones de agua insostenibles, desvíos a los cauces, reducción de la contaminación de las cuencas hidrográficas y de ecosistemas relacionados con el agua y protección de las reservas de agua, entre otros.

El fenómeno del cambio climático registra graves predicciones para el Magdalena. Se estima por el IDEAM que el incremento en la temperatura en nuestra región, para el periodo 2011-2040, conllevará a una reducción ostensible en las precipitaciones de agua en un -18 %. Con mayor razón como samarios y magdalenenses deberíamos interesarnos en participar en los procesos de decisión que puedan afectar nuestro derecho al agua, como parte de una política, programa o estrategia pública con respecto a este líquido vital. Para ello, podemos acceder a la información sobre el agua: el servicio público y el medio ambiente que esté en posesión de las autoridades públicas o de terceros.

Que esta crisis no nos quiebre la voz para reclamar la vigencia de este derecho fundamental y pedir que se tomen todas las medidas en orden a conservar las principales fuentes de agua en la región, concretamente me refiero a la estricta protección del agua que corre por la Sierra Nevada, el Río Magdalena y el Mar Caribe. ¡Aquí esta la vida del Magdalena!

*Columnista invitado Dirección del Magdalena. 
Hugo es abogado y profesor de Derecho Constitucional de la Pontificia Universidad Javeriana. Máster en Derecho Público y doctorando en Derechos Humanos en la Universidad Carlos III de Madrid (España).

 

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Economía Naranja, exenciones tributarias y ductilidad regulatoria

Por: Ernesto Forero

 

 

El presidente Iván Duque ha expresado, tanto en campaña como en ejercicio, que su Gobierno implementará medidas para impulsar el segmento de la economía conformado por las economías o industrias creativas, denominadas genéricamente como Economía Naranja.

 

Existe la percepción que las medidas se traducirán en subvenciones, entendidas éstas como entregas de dinero o bienes por parte del Gobierno sin la obligación de reembolsarlas. No obstante, las medidas que hasta el momento se han implementado no encajan dentro de esta modalidad, lo cual es un acierto pues los esquemas subvencionales no resultan convenientes cuando lo que se pretende es activar un sector productivo en búsqueda de su sostenibilidad en el largo plazo.

 

El pasado 26 de febrero el Gobierno profirió el Decreto No. 286 de 2020 mediante el cual estableció el marco legal para que las empresas creativas puedan acceder a una exención del impuesto de la renta por un periodo de 7 años.

 

El esquema para acceder a dicha exención es similar al esquema implementado para obtener la calificación como usuario de zona franca, en virtud del cual una persona podía acceder a una tasa reducida del impuesto de la renta a cambio del compromiso del beneficiario de ejecutar unas inversiones determinadas y generar nuevos empleos dentro de un plazo establecido.

 

En esta oportunidad, la empresa de la industria creativa que desee obtener la exención del impuesto de la renta deberá, igualmente, tomar la forma de sociedad, comprometerse a realizar inversiones mayores a $157.000.000 y a generar al menos 3 nuevos empleos, todo lo cual deberá formularse a modo de proyecto y obtener previamente la aprobación del denominado Comité de Economía Naranja del Ministerio de Cultura.

 

Este tipo de esquemas no subvencionales son interesante para el sector creativo y para la economía en general, pues exige a quienes pretendan beneficiarse de él, iniciar un camino hacia una formalización empresarial sin que se le exija requisitos absurdos o incompatibles con la naturaleza misma de dicha industria.

 

No obstante, el impulso a las industrias creativas no se agota con beneficios tributarios exclusivamente, sino que exige del Estado una seria capacidad de reacción regulatoria, lo cual es un reto en sí mismo. Las industrias creativas, por su naturaleza, rompen esquemas tradicionales y demandan de la institucionalidad una capacidad de reaccionar con regulación adecuada, procurando siempre el balance entre la libertad de empresa y el interés general.

 

Por ejemplo, una empresa creativa en ocasiones no necesita más que una sola persona frente a un computador generando contenido; de hecho, ni siquiera es necesario el computador, su celular puede ser suficiente. Es probable que esa persona ni siquiera tenga cuenta bancaria en Colombia, o cuenta bancaria en ninguna parte distinta de la misma red, o que su remuneración sea en bitcoins. Su red de colaboradores probablemente conste de personas sentadas en su cuarto o en un parque, o desde su celular, sin que de hecho se conozcan personalmente.

 

Situaciones como las descritas desquician las formas tradicionales con base en las cuales se ha legislado hasta la fecha, lo cual exige del Estado una adecuada ductilidad regulatoria con el objetivo de formalizar estas actividades hoy disruptivas, e insertarlas en la economía nacional. Las exenciones tributarias son atractivas para lograr dicha formalización, pero deben ser acompañadas de otras estrategias.

 

El objetivo es entonces establecer, por un lado, la forma de facilitar y potencializar el crecimiento de esas industrias creativas, y por el otro, ofrecerles seguridad jurídica a través de una plataforma regulatoria adecuada que concilie el interés privado con el interés público.

 

El éxito estará siempre en el balance.

 

Este primer mensaje enviado por el Gobierno a la industria creativa es positivo; sin embargo, se hace necesario enviar un nuevo mensaje en el que dé señales de apertura a las nuevas industrias con el fin de que no se repitan inconvenientes como el sucedido con Uber, en el cual, ante la imposibilidad del Estado de regular una nueva realidad prefirió optar por el popular Ctrl+Alt+Supr y prohibirlo.

 

*Director Dirección Temática del Magdalena

Fin de siècle y su hastío a la veneración del dinero

Por: Ernesto Forero
@ErnestoForero

Arranca el año 2020 y con él arranca oficialmente la segunda década del siglo XXI[1]. Los fines y principios de siglo han sido tradicionalmente épocas de transición que han marcado un fin y un principio de grandes ciclos en la sociedad global que involucran aspectos éticos, económicos, morales, sociales, intelectuales, y/o científicos.

El presente inicio de siglo no es la excepción. No obstante, sacar conclusiones sobre el siglo en curso nunca ha sido tarea fácil para quienes se encuentran inmersos en la realidad del siglo mismo, pues tal ejercicio exige una necesaria perspectiva temporal. La escasa lejanía que ofrece la segunda década del siglo XXI permite entrever solo algunas características de la nueva escala de valores que se encuentra en formación, en un proceso de construcción y deconstrucción constante como el lienzo de Penélope.

El dinero fue sin duda el principal protagonista del siglo XX. El individualismo, tan defendido por la generación de las décadas de la posguerra (cuyas exigencias eran: haz lo que quieras, prohibido prohibir, lo privado es político, la imaginación al poder) sirvió como plataforma moral para la consolidación de la idea de realización personal a través de la búsqueda y acumulación desmedida de riqueza[2], y todo, bajo la égida del capitalismo como modelo económico.

Como reacción a lo anterior (no podemos olvidar nunca el ciclo pendular de la historia), en estas dos primeras décadas del siglo XXI se ha ido consolidando de manera más o menos clara un hastío social hacia esa veneración al dinero[3], el cual ha empezado a estremecer los cimientos de la estructura ética y moral que dejó el siglo anterior, generado un reacomodamiento en la escala de valores de la sociedad actual.

Por ejemplo, se ha empezado a cuestionar el modelo tradicional de Milton Friedman según el cual, el rol de las sociedades comerciales se limitaba a maximizar las ganancias de sus accionistas[4]. En oposición a esta premisa, hoy vemos una tendencia hacia un modelo de gestión de los negocios en virtud del cual los grandes grupos empresariales mundiales son controlados por organizaciones sin ánimo de lucro conocidas como fundaciones industriales[5], las cuales destinan gran parte de sus utilidades a la financiación de proyectos filantrópicos. El documental de Netflix “Bill Gates, bajo la lupa”, por ejemplo, muestra cómo el fundador de Microsoft y otros billonarios han resuelto abandonar sus vidas como empresarios para dedicarse a proyectos que impacten radicalmente la vida de la población menos favorecida[6], en una forma de “democratización” de la riqueza desde lo privado.

Colombia no es del todo ajeno a esta nueva tendencia, pues incluso desde la institucionalidad se ha implantado la necesidad de que la propiedad privada tenga una función social. La reciente creación de la categoría de Sociedades de Beneficio e Interés Colectivo (BIC[7]) ha hecho explícito el interés institucional de hacer que los beneficios derivados de la explotación económica de las sociedades comerciales e industriales trasciendan la órbita exclusiva de sus accionistas, e irradie a la comunidad, el medio ambiente y a sus respectivos empleados y sus familias.

Otra muestra del reacomodamiento de valores de la sociedad actual es la creciente preocupación por la protección del medio ambiente. Mientras el siglo anterior consideraba el deterioro del medio ambiente como una mera externalidad, hoy es considerado como una conducta grave y antiética, digna de repudio. El premio nobel en economía William Nordhaus[8] explica en su libro que la reversión de la tendencia incremental de la temperatura de la tierra, o incluso su simple estancamiento, es posible si, y solo si, se cuenta con el concurso de la mayoría de países y de las personas. Por lo anterior, una actitud renuente[9] o despreocupada frente a esta realidad es considerada como una conducta antiética. El reproche ético se fundamenta en que estaríamos, de manera activa o pasiva, contribuyendo a que las generaciones venideras reciban un mundo peor del que nos fue entregado, siendo conscientes de que pudimos evitarlo y por decisión propia no lo hicimos.   

Estos son solo dos ejemplos de los impactos que está teniendo en la sociedad, así como en la vida de quienes viven en ella, lo que hemos denominado la nueva escala de valores del siglo XXI, la cual se encuentra en una ebullición constructiva. Esta nueva estructura ética y moral tendrá por supuesto un impacto en el papel que el Estado estará llamado a jugar en el presente siglo, pues las personas elegirán como gobernantes, tarde o temprano, a quienes se identifiquen con su visión, necesidades y con sus nuevas convicciones.   

En un reciente artículo[10] de la revista The Economist se habla de un resurgimiento de las doctrinas “de izquierda” en los millennials, basado en incisivas críticas sobre lo que de una u otra manera ha salido mal en las sociedades occidentales (corrupción, quiebras de los sistemas financieros por escasa o nula regulación, conductas antiéticas, etc.). Este nuevo discurso exige del Estado soluciones y acciones concretas contra las inequidades y desigualdades de la sociedad actual, y a favor de la protección de los “nuevos” sujetos de derecho como el medio ambiente, los animales[11], las minorías, etc. En el discurso no se percibe un interés por que el Estado se apropie de los medios de producción, sino que exige de éste una intervención efectiva que pondere el interés de la comunidad frente a intereses particulares.

Esta nueva coyuntura ha llevado a personas de la talla de Minouche Shafik, Directora de Economía y Ciencia Política del London School of Economics, a plantear la necesidad de suscribir “un nuevo contrato social”[12]que tenga en consideración las nuevas preocupaciones de la ciudadanía. Incluso, el mismo Papa Francisco, un agudo observador de la realidad mundial, ha anunciado que planteará un nuevo modelo económico[13] que ha denominado “la Economía de Francisco” en honor a Francisco de Asís, cuyo contenido explicará en el mes de marzo de este año 2020 en el pueblo de Asís, en la región de Umbría, Italia. 

No podemos tener certeza de cuál será el desenlace de todo este interesante cóctel de situaciones, ni cuál será la escala de valores definitiva (si es que hay escalas de valores definitivas) que gobernará la vida de los moradores del siglo XXI. Lo que sí es seguro es que las capas tectónicas de la sociedad actual se están agitando, y debemos decidir si luchamos contra los cambios o los interiorizamos y procuramos que nuestra sociedad saque el mejor provecho de ellos. 

*Director Temático para el Departamento de Magdalena de Al Centro.


[1] De acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española la segunda década arranca en 2021 https://twitter.com/RAEinforma/status/1204808284433264642. Para efectos de la presente columna la segunda década arranca en 2020.

[2] https://www.portafolio.co/economia/ha-terminado-la-era-de-la-acumulacion-de-riqueza-532430

[3] https://www.bbc.com/mundo/vert-fut-50334737 Por qué hablar de dinero es tabú en Suecia (y cuáles son las ventajas e inconvenientes de esta costumbre)

[4] Colin Mayer, “Prosperity, better business makes the grater good”. Oxford University Press.

[5] https://www.blogsocietario.com/post/fundaciones-industriales-un-giro-copernicano

[6] https://www.gatesfoundation.org/

[7] https://alcentro.co/columnas-de-opinion/las-bic-el-deber-ser-de-toda-empresa/

[8] William D, Nordhaus. The Climate Casino: Risk, Uncertainty, and Economics for a Warming World.

[9] https://alcentro.co/columnas-de-opinion/cop25-y-ahora-que/

[10] https://www.economist.com/leaders/2019/02/14/millennial-socialism

[11] https://alcentro.co/columnas-de-opinion/politica-animal/

[12] https://www.elespectador.com/desigualdad-global-hacia-un-nuevo-contrato-social-articulo-898908

[13] https://theworldin.economist.com/edition/2020/article/17495/pope-francis-hopes-anoint-new-economic-model

Un cuento de centro

Por: Ernesto Forero*
@ErnestoForero

 

Debo comenzar este artículo, si es posible llamarlo así (ustedes juzgarán al final), haciendo referencia a lo que le sucedió al maestro Rafael Escalona luego de que en una de sus canciones comparara a su amigo Sabas Torres “Sabitas” con un simpático armadillo o ‘Jerre-Jerre’, como se les llama a esos animales acá en la provincia. A Sabitas no le cayó muy bien la jocosa comparación que hizo su amigo Escalona, ante lo cual este último juró que no volvería a componer más cantos en un intento por obtener el perdón de su amigo.  

El maestro Escalona no pudo mantener su promesa por mucho tiempo, y tuvo que romperla de manera definitiva cuando en el pueblo se formó una algarabía porque Luis Manuel Hinojosa se había llevado a la nieta de Juana Arias, historia que se hizo célebre gracias a la canción que hoy todos conocemos como “La Patillalera”. Consciente de su promesa rota, el maestro Escalona inicia la composición de La Patillalera diciendo: “Yo había resuelto no hacer más cantos desde el suceso del Jerre-Jerre porque Sabita me demandó, pero resulta que ocurren casos y me dan ganas y no me aguanto como el que a Juana Arias le pasó…”.

Algo parecido me sucedió a mí, que por más que intento no hablar del tema, me dan ganas y no me aguanto…

Ayer me desperté más temprano de lo normal; todavía no había amanecido, aunque en esta época de fin de año amanece más tarde que de costumbre y puede resultar engañoso. En cualquier caso, era más temprano de lo que usualmente me despierto, de eso estaba seguro. 

Luego de pensarlo una, dos, tres, cuatro veces, resolví levantarme de la cama y salir a la calle a caminar un rato y dar tiempo a que amaneciera definitivamente para poder iniciar la jornada diaria. No sé si era el efecto del final de la noche con el inicio de la madrugada, pero veía a mi ciudad más bella que de costumbre. Y no era una belleza del tipo de belleza cariñosa y subjetiva que ven las madres en sus hijos, no, era una belleza real. Las calles se habían ensanchado, los andenes también, los tendidos que antes serpenteaban el cielo habían desaparecido, había parques donde antes había lotes. En fin, estaba en mi misma ciudad, pero con todo lo que le falta a mi ciudad.

El sol comenzaba a pintar en el cielo los primeros rayos anaranjados y púrpura, cuando vi a una persona mayor sentada en una banca frente al mar mirando el horizonte. A esa hora mis opciones eran pocas, y al igual que el maestro Escalona, debía contarle a alguien lo que me estaba sucediendo. ¡Buenos días! Dije al señor de la banca, mientras me sentaba al otro extremo de la misma.

Buen día, me respondió en un tono suave pero cordial, volteando por un segundo su mirada hacia mí para luego volverla nuevamente al horizonte. Había en su mirada algo que me era familiar; sin embargo, fue la forma como sonrió lo que llamó más mi atención pues había en ella algo de complicidad, sabía lo que estaba pasando.

El cielo seguía inundándose de los colores solares del amanecer como normalmente sucede, sin embargo, había algo en el ambiente que me sugería sutilmente que todo el escenario hacía parte de una ceremonia hermosamente orquestada. Sin más vacilaciones volteé mi mirada hacia el señor de la banca y de un solo tirón le conté todo lo que me estaba sucediendo, desde la despertada antes que de costumbre hasta la nueva belleza que había inundado mi ciudad. Mientras lo hacía, mi nuevo amigo sonreía sutil y respetuosamente, lo que ya empezaba a afectar mi paciencia, pues su expresión corporal me daba a entender sin lugar a dudas que ya sabía todo lo que le estaba contando.

Cuando terminé de contarle mi historia, me preguntó si me gustaba lo que veía. Si me gustaban los cambios que había tenido mi ciudad. ¡Pero claro! expresé. Es lo que todos queremos.

Si es lo que todos quieren, ¿por qué no lo han hecho? Me preguntó. Intenté varias respuestas, pero ninguna me convencía a mí mismo. Hablé de los políticos, de la corrupción, del olvido del Gobierno Central, de la derecha, de la izquierda, de la guerrilla, de los paramilitares… Me sentí mal por no saber exactamente por qué no habíamos sido capaces de hacer lo que todos queríamos que se hiciera. Resultaba paradójico que, mientras yo, el joven de la banca, hablaba del pasado, mi amigo, el viejo de la banca, hablaba del futuro. Para todas las razones que elaboré para excusar a mi generación y a las anteriores por no haber hecho lo que debíamos, el señor de la banca tenía la explicación perfecta para explicar el porqué debían hacerse.

Me dijo que todos los cambios que veía en la ciudad, los cuales también se habían hecho en todos los municipios del departamento, se habían realizado mientras estuve dormido. Es más fácil de lo que crees, me dijo. Pregunté si eran el resultado de la implementación de políticas de derecha o de izquierda, ante lo cual, por primera vez en toda la conversación, mi nuevo amigo pareció no entender la pregunta. Las prioridades no tienen lado, fue lo único que me dijo. Y añadió “si quieres, piensa en el centro. Ahí podrás pensar y actuar sin las ataduras de los lados”.

Dicho lo anterior, el señor de la banca volteó su mirada nuevamente al horizonte, que estaba pintado casi por completo de naranja, en un gesto en el que de manera implícita y elegante me indicaba que nuestra conversación había terminado. Tomé el camino de vuelta a mi casa, sin dejar de apreciar los cambios que había experimentado mi ciudad, literalmente “de la noche a la mañana”.

Al llegar a mi casa vi que el reloj de la cocina marcaba las 4:01 AM, lo cual resultaba bastante extraño pues la aurora se había tomado casi por completo el cielo cuando me despedí del señor de la banca. La emoción de lo que había experimentado esa madrugada me había quitado el sueño por completo; sin embargo, decidí que sería mejor intentar dormir un rato pues así el tiempo correría más rápido (o eso creía yo) y podía levantarme de manera definitiva en mi nueva ciudad versión 2.0.  

El despertador sonó a la hora de costumbre. A diferencia de todos los días, me levanté de buena gana. ¡Y como, no! Tenía todas las razones para hacerlo. Empecé mi rutina diaria con una sonrisa que me delataba mientras prendía la radio para escuchar las noticias. Como de costumbre, las noticias giraban sobre los mismos problemas que, paradójicamente, habían sido superados mientras dormía, tal como me había contado el señor de la banca. Algo no me cuadraba. Salí corriendo hacia la ventana de mi cuarto en busca de la ciudad de anoche, de la Ciudad Perdida.

Ya no estaba. Todo había sido un sueño.

La decepción casi me tumba nuevamente en la cama. De repente recordé las palabras del señor de la banca. Recordé lo pequeño que me sentí hablando del pasado frente a la grandeza de mi amigo de la banca que solo hablaba del futuro. Con ese nuevo aliento, apagué la radio que seguía hablando del mismo tema de hace unos minutos y de hace varias décadas, y salí en búsqueda de la Ciudad Perdida, con el deseo inmenso de encontrarla.    

*Director Temático del Departamento del Magdalena.

Ernesto es abogado y magíster de la Universidad Externado de Colombia, con maestría en derecho internacional (LLM) de City University of London de Londres; especialización en Derecho Comercial de la Universidad de los Andes y en Derecho Tributario de la Universidad Pontificia Javeriana.